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Detrás de la furia islamista

A Ahmadinejad le viene de perlas poner a Dinamarca en la picota cuando se hace cargo de la presidencia rotativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en el momento en el que éste pasa a ocuparse de las veleidades nucleares persas.

En los países árabes, donde la democracia no florece ni en los invernaderos, la gente no se manifiesta porque quiere, sino porque el gobierno quiere que se manifieste y vive Dios que lo quiere bien poco, porque los malos ejemplos pueden cundir. Pero se ve que esta ocasión la cosa merecía la pena. Las estupendamente organizadas manifestaciones espontáneas contra las viñetas danesas, meses después de su publicación el 30 de septiembre pasado, complementadas por algunas otras mucho más infamantes que se sacaron de la manga los islamistas procedentes de Dinamarca en su afanoso recorrido por Oriente Medio para caldear los ánimos, sirven los propósitos de los poderes establecidos. Y es que éstos viven desasosegadamente bajo la presiones opuestas pero convergentes de sus poblaciones que los desprecian por corruptos e incompetentes, los islamistas dispuestos a hacerse cargo de la herencia y la administración Bush, que parece querer facilitarles el camino a estos últimos presionando a favor de elecciones libres.

Los dibujos fueron publicados en Noruega, incluso en Egipto, y nada pasó. El asunto sólo comenzó a bullir después de la reunión de la Conferencia de la Organización Islámica en Diciembre y cuando se hizo cargo del tema Al-Jazeera, propagadora de todos los radicalismos islámicos y antioccidentales, propiedad del gran amigo de occidente el Emir de Qatar, dueño del mayor yacimiento petrolífero del mundo.

No es que por esos pagos escaseen los fanáticos y, más allá de lo coyuntural, uno de los más graves problemas de fondo es que, aunque su libro sagrado contenga un buen elenco de encomiables invocaciones a la misericordia y otros buenos sentimientos, menudea también en llamamientos espeluznantes contra los infieles, que somos los demás. Los regímenes establecidos se encargan habitualmente, por la cuenta que les tiene, de mantener a raya a esos fanáticos, aunque los saudíes subvencionen pródigamente la exportación de sus ideas.

Pero en esta ocasión hicieron unas cuentas diferentes. Cada uno tenía sus motivos particulares y a todos en general les va bien asustar a los apóstoles americanos de la democracia, como si no tuvieran poco con Hamas, y echarle algo de carnaza a sus islamistas.

A Ahmadinejad le viene de perlas poner a Dinamarca en la picota cuando se hace cargo de la presidencia rotativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en el momento en el que éste pasa a ocuparse de las veleidades nucleares persas. Al laicista régimen sirio, metido hasta las cejas en el asesinato del primer ministro libanés Hariri, la maniobra de distracción le viene al pelo y le permite de paso recordar los buenos tiempos metiendo cizaña en el amado país vecino: un elevadísimo porcentaje de los pirómanos islamistas detenidos en Beirut, antorcha en mano, eran sirios, seguidos por palestinos de un partido prosirio, por más señas el que estuvo directamente implicado en el desencadenamiento de la guerra civil en el 76. Más de un imán europeo espera expandir su autoridad sobre las comunidades de los de su fe mediante la exacerbación de los ánimos y un incremento de la tensión.

Como siempre la clave y la gran incógnita está en las mayorías silenciosas que se quedan en sus casas. En qué medida están secuestradas por el mismo miedo con que nos quiere imponer sus normas o hasta donde simpatizan con los energúmenos identificándolos como su vanguardia. Porque si bien los violentos son abanderados del choque de civilizaciones también dentro de su civilización saltan chispas.

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