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Deuda estadounidense: lo que está en juego

Los inversores no necesitan para saberlo que las agencias de rating les pasen el boletín de notas, y no es seguro que aquellas se atrevan a dar calificaciones que se conviertan en siniestras profecías que se cumplen a sí mismas.

Estamos en la hora undécima y nada, aunque los protagonistas de la negociación se niegan a abortar la esperanza. Que sea el otro el que diga que no acepta el compromiso. Todo el juego político consiste en echarle el muerto al rival. Pero las culpas no se reparten mitad y mitad. Obama es el que ha creado esta situación, los republicanos los que pretenden solucionarla definitivamente, por más que ahora sea imposible. Obama busca un indulto sobre el tema, la elevación del techo de endeudamiento que lo haga desaparecer durante toda la campaña electoral de 2012, manteniendo viva la opción de contar luego con otros cuatro años más para seguir haciendo lo mismo y convertir en irreversibles sus ruinosas políticas. Y el que venga detrás que arree. Será ya otro país y otro mundo.

El martes día 2 es el día en que teóricamente se la acaba el dinero al Gobierno. A partir de ahí se puede producir una suspensión de pagos (default) o incluso un cierre patronal (shutdown), en este caso gubernamental. Las agencias de evaluación de la calidad del crédito pueden rebajar el americano, que goza de las máximas calificaciones, en todos sus niveles: federal, estatal, municipal, con el supuesto consiguiente encarecimiento de la deuda. Si el mundo entero se inquieta por lo que pase en Grecia, imagínense la zozobra ante lo que suceda en la capital económica del mundo. Nadie sabe. Desde luego hay mucho de tétricas amenazas que los obamistas utilizan para asustar a los republicanos y quitarse de encima el mochuelo de lo que venga luego. El potencial americano es el mismo un día antes que un día después. Los inversores no necesitan para saberlo que las agencias de rating les pasen el boletín de notas, y no es seguro que aquellas se atrevan a dar calificaciones que se conviertan en siniestras profecías que se cumplen a sí mismas.

Los representantes (diputados en nuestro sistema parlamentario) más radicales promovidos por el movimiento del Tea Party están dispuestos a mantenerle el pulso a la Casa Blanca con la esperanza de apagarle el farol a Obama. El problema es que en tiempos de crisis la racionalidad económica, sobre la que todas las previsiones se construyen, puede hacer agua. El pánico acecha. ¿Es esto de ahora menos grave que la quiebra de Lehman Brothers? Merecía hundirse pero ¿valió la pena? Naturalmente, nunca sabremos qué hubiera sucedido si hubiese sido rescatado. Nadie serio en política o economía se toma la perspectiva actual a broma. Los conservadores más firmes que empuñan sus principios en un alarde de coherencia ideológica y moral pueden muy bien estar renovándole el arrendamiento a título gratuito para otros cuatro años al ocupante actual de la Casa Blanca. Habrán hecho un pan como unas tortas y pulverizado sus principios. Fue grande que no dinamitaran la derecha convirtiéndose en tercer partido. Pero aún pueden volarla.

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