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Dos ministerios, dos misterios

Los profesionales de las FSE están observando cómo sus jefes políticos están más preocupados en subrayar la voluntad pacifista de ETA que en combatirla; de confirmarse el caso del chivatazo a los terroristas, estaríamos hablando de traición.

Si algo parece estratégicamente claro en los últimos años es que la seguridad y la libertad de nuestras sociedades depende tanto del exterior como del interior. En tiempos especialmente revueltos, la firmeza y la claridad en la actuación y el futuro de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Seguridad del Estado es una necesidad estratégica indispensable. Por eso mismo empieza a parecer insoportable la situación a que las están conduciendo los dos ministros encargados de llevarlas a cabo.

En el Ministerio de Rubalcaba comienza a cundir el malestar y la desorientación. La Guardia Civil y la Policía Nacional son la punta de lanza contra el terrorismo etarra, y su preparación los sitúa entre las mejores fuerzas antiterroristas del mundo. Sus miembros han recibido las dentelladas de los amigos de Otegi, y a ellos se debe la debilidad actual de la banda. Ahora que algunos políticos tratan de ganar las medallas de la paz, es necesario recordar que fueron las Fuerzas de Seguridad del Estado las que pusieron contra las cuerdas a los etarras y garantizaron la libertad de todos en los tiempos más difíciles.

La detención esta semana del aparato extorsionador de ETA fue seguida de unas balbuceantes disculpas de Rubalcaba, al que faltó pedir perdón por el trabajo de la policía. No es sorprendente el malestar creciente entre quienes soportan la lucha antiterrorista; tras años y años de enfrentarse en primera línea, los profesionales de las FSE están observando cómo sus jefes políticos están más preocupados en subrayar la voluntad pacifista de ETA que en combatirla; de confirmarse el caso del chivatazo a los terroristas, estaríamos hablando de traición. Así las cosas, el proyecto de Rubalcaba para garantizar la seguridad en el interior de España es un completo misterio, que está sumiendo a los profesionales en el desconcierto y la impotencia.

No parecen ir mejor las cosas en Defensa. Desde su llegada, Alonso ha seguido una política de gestos; lejos de abordar las conocidas necesidades, se entrega a una política propia de un pacifismo trasnochado y virulento, que causa estupor entre los maltratados militares españoles. Alonso parece seguir con la política de José Bono; purgar la cúpula militar para recrearla a imagen y semejanza del cesarismo pacifista de Zapatero. Ahora anda también obsesionado con el caballo de Franco. Pero más allá de ello, tampoco conocemos los planes de Alonso para garantizar la seguridad de los españoles fuera de nuestras fronteras, cuando las necesidades estratégicas son acuciantes. Su proyecto futuro es también un completo misterio.

Ni Rubalcaba ni Alonso aterrizaron en ambos ministerios por razones de profesionalidad o preparación. El primero lo hizo para cubrir las espaldas y controlar, cara a la opinión pública y al Partido Popular, el pacto con ETA. El segundo, que había pasado desapercibido en su anterior Ministerio, sustituye a Bono y, alejado de la voracidad teatral de éste, continúa su política. La consecuencia es que a día de hoy, el futuro de la Defensa en manos de Alonso y el futuro de la defensa de las libertades públicas en manos de Rubalcaba continúan siendo un misterio. Precisamente ahora, cuando las cosas debieran estar más claras en ambos ministerios, por los ciudadanos que les pagan el sueldo y por los profesionales que se lo ganan.

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