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Duelo Cheney-Obama

El hecho de que Obama esté manteniendo muchos elementos de la política de Bush que había prometido destruir no le ha llevado a poner sordina a su campaña, sino que parece exacerbar su rabia.

Lo que para unos es demostración de que no había alternativas mejores, para Obama es el peso abrumador de la nefasta herencia recibida. Nuestros socialistas dijeron lo mismo respecto a la OTAN: resultó que no sería lo mismo salirse que haberse quedado fuera. Desde luego. Tampoco fue lo mismo la tercera guerra mundial a la que tendría que dar lugar nuestra entrada que el desplome soviético que se produjo a continuación. El muerto al hoyo y Solana, director de la campaña anti-OTAN, a la Secretaría General de la misma, tras la debida sumisión a los americanos, que no guardan rencor a los dóciles.

Entre la espada de la izquierda derrotista y apaciguadora que le recuerda su retórica y la pared de las realidades de la lucha contra el terrorismo yihadista, Obama trata de zafarse fustigando a la Administración precedente y prometiendo el cierre de Guantánamo a su debido tiempo. El neófito en política exterior ha pronunciado ya un primer discurso en el que afirma sus poderes como comandante en jefe. Y ha tenido un antagonista. El ex-vicepresidente Cheney, una de las más conspicuas bestias negras de los herederos de aquel slogan de finales de la guerra fría: mejor rojos que muertos (pareado en inglés: better red than dead).

Si nos atenemos minuciosamente a la cronología, fue el presidente el que quiso replicar al ex–vice, que había fijado con anterioridad su conferencia en el conocido think tank conservador American Enterprise Institute, para el martes 21, mientras que Obama se apresuró a neutralizarlo haciendo que su discurso coincidiera no sólo en el tiempo sino también en el contenido. Las acusaciones y respuestas estaban en el aire desde hacía semanas, de modo que el presidente pudo hacer una réplica detallada a los argumentos de Cheney. Los defensores de Obama hablan de defensa pero la realidad es que Obama, desde el primer día de su presidencia se lanzó a un ataque de violencia históricamente inusitada contra su predecesor. El hecho de que esté manteniendo muchos elementos de la política de Bush que había prometido destruir desde el primer momento no le ha llevado a poner sordina a su campaña, sino que, por el contrario, el descubrimiento de que no hay alternativas mejores parece exacerbar su rabia, tratando de cubrir sus contradicciones con una intensificación de las diatribas.

Como la idea de llevar detenidos de Guantánamo a territorio americano le ha puesto en contra a su propio partido y el Congreso le ha negado los fondos necesarios para ejecutar la operación, Obama los acusa de "estar tratando de asustar a la gente en vez de educarla", como si no fuera ésa una parte sustancial de su táctica. Todo han sido generalidades en su discurso y nada de concreción. Dos tercios de los detenidos ya fueron liberados por Bush y los 240 que quedan son los más peligrosos, cuando su única concesión es precisamente no liberar a los más peligrosos.

Cheney, que se ha erigido en el paladín de la Administración en la que sirvió, está dando la batalla punto por punto en torno a la idea de que la política de Bush salvó miles de vidas, idea que tiene a su favor el que no se haya repetido nada comparable al 11-S, y probablemente no por arrepentimiento de los terroristas, que han retrocedido en varios frentes, ante todo en el importantísimo de Irak, mientras que Obama recurre al argumento de que esa política ha inflado las filas de los terroristas. Algo bien difícil de demostrar esto último, si bien aunque lo fuera no sería decisivo a no ser que creamos que lo más importante en una guerra es no incomodar al enemigo bajo ningún concepto.

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