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El callejón sin salida de Zapatero

El Gobierno ha convertido a nuestras tropas en objetivos permanentes de los talibanes, que pueden atacar pero no ser atacados. Y en un contexto de deterioro de la situación, lo serán aún más.

El primer ataque fue en el paso de Sabzak, entre Herat y Qala-e-now hace dos días, y resultó herido leve uno de nuestros soldados. El segundo, el de ayer, cuando los atacantes perdieron trece personas. El tercero, esta misma mañana, cuando la base española en construcción en Qala-e-now ha sufrido el impacto de varios cohetes. Podemos sacar dos conclusiones de esto, por lo demás ya conocidas: en todos ellos, los talibanes atacan y los españoles se defienden con mayor o menor fortuna. Estrategia defensiva, pues. Y además con una frecuencia creciente: llevamos tiempo advirtiendo de que la situación en aquel país se está deteriorando progresivamente, con nuestras tropas en medio. Los ataques se intensifican.

En toda guerra son esenciales dos cosas. La primera, saber quién es y como actúa el enemigo. La segunda, saber qué se quiere y para qué. El gobierno de Zapatero se equivoca en las dos, las mezcla y entra en una esquizofrenia que acaban pagando nuestras tropas.

En cuanto a lo primero, mal vamos si Carmen Chacón no sabe, o quiere ocultar, quién ataca a nuestras tropas. Pese a sus dudas, está claro que se trata de talibanes. Los talibanes, –estudiantes– se caracterizan por dos cosas: la primera, por hacer una lectura fundamentalista y radical del Corán. La segunda, por hacer esa lectura desde un punto de vista medieval. No es que sean enemigos de la modernidad; es que son enemigos de todo tipo de progreso, técnico, científico o tecnológico. Si el yihadismo es fundamentalista, el movimiento taliban lo es aún más: n ada fuera de la religión.

Así que no se vencerá a los talibanes construyendo carreteras y hospitales, en misiones humanitarias o de paz. Esta justificación pacifistoide de Chacón y de Zapatero constituye una hipoteca para nuestras tropas, de graves consecuencias. Puesto que nuestra misión se limita a la construcción de instituciones e infraestructuras en vez de combatir a los talibanes, nuestras tropas se dedican exclusivamente a defender y defenderse una y otra vez. El Gobierno las ha convertido en objetivos permanentes de los talibanes, que pueden atacar pero no ser atacados. Y en un contexto de deterioro de la situación, lo serán aún más.

Cuanto más continúe la estrategia de Zapatero y Chacón de acumular esfuerzos en el aspecto humanitario, para hospitales o elecciones, más enfangadas se verán nuestras tropas: la protección de las infraestructuras hipotecará la acción de nuestros soldados, y entraremos en una espiral sin fin que además impedirá una retirada futura, puesto que significará abandonar todo lo hecho allí en manos de los talibanes. Sin acabar con éstos, seguiremos eternamente protegiéndonos de ellos o tirando a la basura en caso de retirada aquello de lo que Chacón se enorgullece tanto. Cuanto más avanza Zapatero por esta senda, más caro le resulta a España, en términos materiales y humanos. Si se va de Afganistán, mal; si se queda, peor.

Por eso un aumento del número de tropas para seguir haciendo lo mismo que ahora, tampoco es ninguna solución. En el fondo, aumentaremos el número de objetivos posibles para el talibán, que seguirá al acecho, en este valle o en el de más allá, esperando. Engordamos el problema. Aquí es donde entran los motivos para preguntarnos por nuestra presencia en Afganistán. Ésta tiene sentido para vencer a los talibanes, acabar con los rescoldos de Al Qaeda y cerrar ese frente yihadista mundial: pero ni en su peor pesadilla podría Zapatero imaginar a las tropas españolas colaborando activamente en la caza de los talibanes y luchando contra un terrorismo patrocinado entre otros por su aliado civilizacional, Irán. El cambio político, estratégico y táctico en Afganistán sería tan grande que no podemos imaginarlo. Y aunque Zapatero tuviese un arranque de lucidez, y buscara y defendiera una estrategia para la derrota de los talibanes, sigue quedando el escollo de la posibilidad de victoria, cuando los países allí implicados dan muestra de agotamiento.

¿Cabe posibilidad de victoria? Hoy esta guerra se libra en las ciudades y el campo afgano, en Pakistán, en las redes yihadistas que envían recursos materiales y humanos a los talibanes. Con Bush aún podría haber voluntad de victoria. Pero la doctrina Obama –abandono de la causa de la libertad y de la democracia en el mundo– nos lleva hacia el escenario de una retirada lo menos deshonrosa posible de las tropas norteamericanas, o lo que es lo mismo, una victoria talibán disimulada con algún pacto que salve la cara de la celebrity de la Casa Blanca. Y puesto que Zapatero no entra en la Casa Blanca, y puesto que aunque entrara, no le propondría una agenda mundial contra el terrorismo, el objetivo queda aún más alejado.

Nuestras tropas se encuentran atrapadas por la esquizofrenia de Zapatero. Enviemos doscientos, cuatrocientos o seiscientos soldados más, lo fundamental no cambia: los talibanes están para matar soldados españoles y los soldados españoles están para escoltar camiones con alimentos y combustible. Y ello sin perspectiva de cambio: las posibilidades son permanecer indefinidamente en el fondo de los desfiladeros afganos bajo el punto de mira talibán, o retirarnos dejando fracasar la estrategia de reconstrucción que tanto gusta a Chacón. Callejón sin salida propio de quienes no han pensado de qué guerra realmente hablamos.

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