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El día de las fuerzas desarmadas

Dicho más claro, mientras que la Armada se embarca en un costoso proyecto de buque de proyección estratégica, el gobierno niega toda posibilidad de proyección estratégica. Su empleo se correspondería más bien con una política aznarita, no zapaterista.

Ayer domingo el gobierno celebró en Sevilla el día de las Fuerzas Armadas. Al mismo tiempo realiza un enorme despliegue mediático para hacer ver el buen estado de nuestros ejércitos, eso que empieza a llamarse "el ejército de Zapatero". Los militares andaban relativamente contentos porque, contra todo pronóstico, el actual ejecutivo socialista ha aumentado los presupuestos de defensa e incluso ha mejorado ligeramente los sueldos. También andaban contentos porque, una vez liberados del furor mediático y de las ambiciosas utilizaciones políticas por parte de los más recientes ministros, han creído que podrían volver a sus cuarteles y prepararse de verdad para el futuro. Pero los militares españoles han dado repetidas muestras de equivocarse en lo político y arriesgar demasiado en lo estratégico. Y no siempre les ha salido bien. Puede que ahora vuelva a ocurrir lo mismo.

El ejército de Zapatero o zapatista sufre de una grave esquizofrenia: está embarcado en una profunda modernización de su material y en una transformación de sus estructuras acorde a las directrices que se ensayan por algunos en el seno de la OTAN que entra en abierta contradicción con los designios que para nuestras fuerzas armadas tiene el actual presidente de Gobierno. Dicho más claro, mientras que la Armada se embarca en un costoso proyecto de buque de proyección estratégica, el gobierno niega toda posibilidad de proyección estratégica. Su empleo se correspondería más bien con una política aznarita, no zapaterista. Ciertamente, los largos periodos que conllevan los programas de adquisiciones lleva a pensar a muchos que si se tiene el buque, algún gobierno lo acabará empleando en el futuro.

Pero hay algo más. No es ya que el presidente conciba a los ejércitos como ONGs (y en Afganistán se está porque ya se encontró el despliegue allí, porque este gobierno sólo ha autorizado la misión en Haití como algo propio y, tal vez, el centenar de soldados para el aeropuerto de Kinshasa, si es que se lleva a cabo esta operación finalmente), es que el propio ejército ha cometido un grave error de cálculo estratégico en los últimos años: ante la caída de vocaciones de soldados y marineros, y amparándose en la experiencia de los 90, las fuerzas españolas decidieron en su conjunto pasar de un modelo intensivo en personal a otro intensivo en mandos. Esto es, en lugar de impulsar una contribución internacional numéricamente significativa, se optó por aportar lo más tecnológico, cuarteles de mando desplegables, como el que se ofrece hoy a la OTAN desde Bétera. El problema es que la nueva cara de los conflictos parecen volver a exigir el despliegues de importantes contingentes de a pie, como se está viendo en Irak y se comienza a vislumbrar en Afganistán. Sin suficientes soldados sobre el terreno, no hay ni paz ni victoria posible.

Todo esto quiere decir que si se pensaba contar algo internacionalmente ofreciendo ordenadores, comunicaciones, coroneles y generales, habrá que empezar a pensar en poder enviar junto a ellos unidades bien preparadas y debidamente alistadas en lo personal. Hoy cuenta quien contribuye con tropas. Y eso es algo para lo que nuestros militares no están preparados, ni el gobierno dispuesto. Eso sí, al igual que hace años, prietas las filas para desfilar. Justo en un sitio donde se ha consumado la puntilla política de nuestros militares, con Mena, el JEME, el segundo JEME y varios más.

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