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GEES

El eje del mal cabalga de nuevo

Mientras los Estados Unidos sean lo bastante fuertes y se muestren como un peligro real para los regímenes desorientados de la tierra –para los que Z ha inventado la alianza de civilizaciones–, la paz es posible.

En su discurso del estado de la Unión de enero de 2002, Bush citó a Corea del Norte, Irak e Irán. Eran países que formaban parte de un eje del mal, pues apoyaban al terrorismo y pretendían hacerse con armas de destrucción masiva. Las críticas a la expresión fueron feroces. Incluso más que las diatribas contra Reagan y su Imperio del Mal referido a la Unión Soviética. Gore Vidal, tan frívolo él, llegó a decir que le habían puesto a Bush una palabra en el discurso pero él era inocente porque no sabía qué demonios significaba. Muy bien.

Han pasado siete años y salvo por el derribo de Sadam Husein y la transición de Irak hacia un estado democrático liberal –empeño que sólo a Bush deben agradecer los iraquíes–, los demás miembros del eje del mal han seguido a lo suyo.

Durante el verano de 2007 Israel destruyó una instalación nuclear siria financiada por Corea del Norte. El reactor sirio tenía como objetivo producir plutonio para armas nucleares.

La semana pasada, en violación directa de varias resoluciones de las Naciones Unidas, Corea del Norte, que es un régimen comunista –socialismo real–, lanzó un misil como provocación y prueba de que está en condiciones de exportar armas nucleares no ya como el intercambio con Siria, sino con pago contra reembolso en forma de hongo nuclear.

Es notorio que Irán está en camino de conseguir un arma nuclear convirtiéndose en un peligro grave para la zona. Tanto para los poderes musulmanes suníes de la zona como para la destrucción del poder sionista, vulgo Israel, al que Ahmadinejad ha prometido borrar del mapa.

Estando así las cosas no se le ocurre otra cosa al presidente Obama que declarar que la autoridad moral de la reducción de arsenales que acaba de firmar con Rusia es el primer paso hacia un mundo sin armas nucleares, un objetivo posible y deseable. Es más, respecto al caso coreano en particular ha declarado: "las reglas son para cumplirlas, las violaciones hay que castigarlas, las palabras deben tener un significado real". Acto seguido ha delegado la reprobación del acto al Consejo de Seguridad de la ONU. Embargados por la emoción y conteniendo las lágrimas, seguimos esperando algún movimiento y/o declaración del organismo internacional, incapaz siquiera de condenar el incumplimiento de sus resoluciones, salvo que se pongan de por medio las vidas de los marines de los Estados Unidos.

Una parte de la prensa americana considera que esto demuestra más que nada el "divorcio de las palabras del presidente con la realidad", que es una manera muy elegante de decir que o miente o se equivoca mucho. Otros opinan en cambio –y la visita a Irak de esta semana abona esta tesis– que el presidente americano está siendo más prudente en política internacional que en la locura semi-socialista en que ha embarcado a su país a través de un presupuesto prodigioso en gastos, y pródigo en dispendios de dinero ajeno.

Sea ello como fuere, el caso es que quizás Bush se propuso un objetivo demasiado ambicioso, pero al menos un miembro del eje del mal, Irak, no es hoy una amenaza gracias al derrocamiento del tirano Saddam. Derrocamiento al que se opusieron Obama y la mayoría de los colaboracionistas europeos. Así que el marcador sigue abierto. Quedan dos amenazas graves, serias e inminentes, especialmente desde el punto de vista de las armas nucleares respecto a las que nadie, ausente Bush, está dispuesto a hacer nada. Sólo una verdad permanece: mientras los Estados Unidos sean lo bastante fuertes y se muestren como un peligro real para los regímenes desorientados de la tierra –para los que Z ha inventado la alianza de civilizaciones–, la paz es posible. Cuando no lo son, la guerra acecha. Esta renuncia unilateral a ejercer el poder heredado de la disuasión es un incentivo a la violencia, a la más destructiva –la nuclear– o lo que es peor, al sometimiento a regímenes criminales. 

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