Menú
GEES

El futuro de los dictadores

El fantasma de los garzones del mundo disuade de abandonar el poder.

Incumpliendo abiertamente la resolución 1973, los aliados han acompañado hasta hace tres días a los rebeldes hasta Sirte, ejerciendo de facto como su fuerza aérea, y atacando desde el aire a los gadafistas en retirada. La interrupción de los ataques ha vuelto a cambiar el rumbo de la guerra, y ahora es Gadafi el que se estira hacia el oeste, mientras los aliados discuten qué hacer con él.

¿Qué hacer? Las tres opciones son su permanencia, su muerte o su exilio. Respecto a lo primero, encapsularlo en un pequeño reducto es la mejor garantía de problemas futuros en la región, desde humanitarios a terroristas. Frente a ello, el exilio es la mejor solución: el derrocamiento de dictadores, el abandono del poder y el refugio discreto en algún país amigo es la mejor salida a una dictadura sin derramamiento de sangre.

Sin embargo, hay un problema: la llamada "justicia universal", que es hoy el gran obstáculo al arreglo pacífico de estos conflictos. La posibilidad de que algún juez o tribunal persiga a dictadores retirados allí donde se encuentren, y los arrastre a un proceso penal y mediático mundial, empuja a éstos a aferrarse al poder, no abandonar su puesto y aguantar cueste lo que cueste. La sombra del Tribunal Penal Internacional pesa como una losa sobre muchos dictadores que, con razón, prefieren morir matando, sencillamente porque no tienen otra salida. El abandono pacífico del poder y una transición a la democracia se esfuman cuando su conclusión puede ser la cárcel. El caso de Pinochet, retirado voluntariamente y después perseguido, no es algo que anime a buscar el exilio.

La llamada "justicia universal" no es ni justicia, ya que no depende de ningún poder legítimo; ni universal, pues está impulsada por unas minorías políticas en unos pocos países occidentales, que creen que la política se reduce a simple procedimiento jurídico. Las más de las veces, sus instituciones se utilizan para saldar cuentas con el enemigo, y de justicia sólo tiene el nombre. Es necesario recordar el intento de los radicales por denunciar a Blair o Aznar por unos crímenes cometidos, precisamente, por los beneficiarios en Irak del "no a la guerra".

Pero además, lo que es peor, es también un problema para solucionar conflictos cuya salida preferible es la retirada del dictador, y que cuestan muertos. Porque ni siquiera la garantía de los países más poderosos es ya suficiente: ¿son capaces Italia y Alemania de garantizar que en cualquier circunstancia Gadafi no será detenido por un juez loco por lograr la notoriedad? ¿Puede cualquier Gobierno occidental, sujeto a bruscos cambios, garantizarlo? La respuesta es negativa: el fantasma de los garzones del mundo disuade de abandonar el poder. Lo que abre la puerta a la posibilidad de un Gadafi no exiliado ni resistente, sino muerto.

En Internacional

    0
    comentarios