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El Ministerio de la Sanidad pública

La convicción generalizada de los estadounidenses es que estatalizando la sanidad recibirían menos por más, como siempre –casi sin excepción–, sucede con el Estado en todas partes. Y todos los estudios económicos vienen a justificar ese recelo.

El siguiente artículo ha sido solicitado al autor por los oyentes de Es la Mañana de Federico.

Para los europeos, acostumbrados a la sanidad pública como parte del Estado de bienestar que inició hace más de un siglo el conservador Bismark, el empecinamiento americano contra un sistema similar resulta un misterio. Los intentos de introducirlo han hecho tambalear a más de un presidente. El último fue Clinton y el hecho de que perdiera las cámaras en el 94, dos años después de su elección, –otro misterio a este lado del charco, ¿cómo se puede gobernar sin mayoría?– probablemente lo salvó de sí mismo, al tener que renunciar a su propósito. Ahora se plantea la misma posibilidad para Obama, por parecidas razones. Sus fabulosos gastos para luchar contra la crisis unidos a sus proyectos de reformar la sanidad pueden hacerle perder las elecciones del medio mandato en noviembre del año próximo, debilitando, ya que difícilmente perdiendo, el control demócrata sobre las cámaras, lo que quizás podría también "salvarlo de sí mismo".

De momento ha perdido 15 puntos en estima popular, todos los que había cosechado por encima de su porcentaje de voto. Actualmente se aferra a su 52% original, con tendencia a la baja. Su luna de miel ha sido corta. El exceso de palabrería y la imposibilidad –y falta de voluntad– de satisfacer promesas mesiánicas ha tenido mucho que ver, pero sobre todo el susto que han producido sus planes para estatalizar la sanidad.

También aquí hay que hacer una aclaración para europeos. Estados Unidos se gasta aproximadamente la mitad de su presupuesto federal en programas de sanidad para grandes categorías de ciudadanos, especialmente para mayores de 65 años (Medicare) y familias e individuos de bajos ingresos (Medicaid), y otros, que son pagado por los impuestos, no por cotizaciones. Son los llamados entitlements, parecido a lo que aquí denominaríamos gasto social, y que suponen cientos de miles de millones.

Fuera de esas categorías uno contrata sus seguros médicos con entidades privadas o lo proporcionan las empresas a sus empleados por el mismo procedimiento. El resultado es una sanidad muy cara, pero con la que la mayoría de los americanos están satisfechos por considerarla la mejor del mundo. Aparte de su coste, el principal problema es que se quedan sin protección médica –teniéndola que pagar por atención recibida–, aproximadamente un 15%, lo que supondría unos 45 millones de americanos, aunque la cifra que Obama ha mencionado es solamente 30. Pero entre estos están los que se lo pueden permitir, los que no quieren pagarlo porque consideran que no lo necesitan y los ilegales que están al margen del sistema, aunque tengan muchas urgencias cubiertas.

En conjunto, la sanidad es una rama de la economía que representa más de dos billones de dólares, sobre un PIB de casi 14. Una enormidad de este calibre es algo en donde pueden florecer abundantes disfuncionalidades; es siempre susceptible de reformas que lo mejoren. Lo que la mayoría de los americanos no cree es que eso se consiga poniendo en manos del Estado un trozo tan enorme de la tarta nacional. A pesar de los esfuerzos de los obamistas para demostrar que se lograría más con menos, la convicción generalizada es que recibirían menos por más, como siempre –casi sin excepción–, sucede con el Estado en todas partes. Y todos los estudios económicos vienen a justificar ese recelo.

Junto a este reparo de economía práctica existe también una objeción de principio: es un elemento central de la cultura política americana la afirmación del individuo y la desconfianza frente a la expansión del Estado, actitudes que definen al conservadurismo americano y que son más tenues –cuando no abiertamente negadas–, entre la izquierda llamada –muy impropiamente para un europeo– liberal. Ésta se encuentra más próxima al estatismo de la socialdemocracia europea, que sin duda Obama admira y acerca del cual Zapatero se propone aleccionarlo.

Entre las objeciones prácticas a las reformas propuestas está el reconocido derroche en la ejecución de los programas públicos y los enormes costes legales que incorpora la práctica de la medicina en Estados Unidos. Costes que los facultativos han de transferir a sus pacientes y que enriquecen a una nube de leguleyos de los que, por cierto, el Partido Demócrata depende en amplia medida para su financiación. Mientras todo ello no se reforme, las promesas de ahora y eficiencia de los planes estatalistas carecen de credibilidad.

Y finalmente está la política. Es una excelente oportunidad para los republicanos de poner a sus rivales contra las cuerdas.

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