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El muro que lo derribó todo

La voluntad de seguir adelante convirtió a los díscolos vasallos de la periferia en una rémora de la que Gorbachov estuvo dispuesto a desprenderse aunque el precio fuera un muro tan significativo.

Era el símbolo perfecto del carácter inherentemente represivo y violento del comunismo y su caída representó a la perfección la voladura de un régimen, el desplome de un imperio, la extinción de una ideología, el fin de una época. Fue más efecto que causa, pero su arrollador mensaje fue como un huracán que aceleró el derrumbe de todo lo que se tambaleaba y ya había perdido la fe en su estabilidad.

Los europeos orientales tenían un muy justificado miedo a sus amos domésticos y externos pero la esperanza barrió la resignación y venciendo el miedo se echaron a la calle dispuestos a todo porque la hartura se había convertido en rabia. Sólo en la desgraciada Rumanía, hacía ya tiempo impermeabilizada frente a la influencia de los "desviacionismos" soviéticos, la desesperación del régimen se impuso sobre la conciencia de ilegitimidad e hizo pagar con sangre el heroísmo de los manifestantes. Por suerte, dentro del putrefacto régimen había elementos que, como el dicharachero El Gallo, comprendieron que lo que no pué ser no pué ser y además es imposible, así que decidieron ponerse a la cabeza del movimiento, liquidando a los Ceaucescus para sentarse en su silla. Pero sin ejecuciones, eso no fue privativo de los comunistas rumanos.

Cuando se habla del tsunami popular no olvidemos ni la poderosa quinta columna que actuó desde dentro ni que los vientos venían de más al Este. El paso del tiempo le había permitido a la realidad dejar moribunda a la utopía fundacional, pero el método era como un zombie que seguía caminando erguido. El método era la implacable represión y ésta impedía con suficiente eficacia que nadie o casi nadie osara decir que el rey estaba en puras pelotas. Mal que bien el tinglado se mantenía por muy acabado que pareciera. Nadie podía darle la patada y nadie lo esperaba. Incluso la apariencia no dejaba de engañar a muchísimos que preferían el statu quo a los enormes riesgos del cambio.

Pero surgió un consumado producto del sistema, tan endiabladamente hábil en su manejo que supo encaramarse a la cima y mantener a raya a sus mucho más conscientes correligionarios, y tan extremadamente devoto como para creer que el ruinoso edificio sólo necesitaba un remozamiento de fachada y algún ligero reforzamiento de estructuras, algo al alcance de sus prodigiosas capacidades. Después deslumbraría al mundo, tal y como había proyectado la visionaria mente de Lenin, el hereje por la izquierda del marxismo.  

La excepcionalidad de la combinación que se dio en el dinámico Gorbachov sólo era comparable a la confianza en sí mismo. A medida que pretendía repararlo iba desmontando el sistema, pero siempre esperó que el siguiente paso le daría toda la razón. Anteriores intentos, ciertamente más limitados, de hacer reformas en el régimen habían alentado la revuelta en los satélites del glacis imperial y la apremiante necesidad de sofocarla había dado al traste con el tímido reformismo en la metrópoli. La lógica fue ahora la inversa. La voluntad de seguir adelante convirtió a los díscolos vasallos de la periferia en una rémora de la que Gorbachov estuvo dispuesto a desprenderse aunque el precio fuera un muro tan significativo.

La corrosión del sistema tuvo otro efecto milagroso. Junto a los duros que comprendían que tocar cualquier viga desplomaría el entero edificio, estaban los mil oportunistas de carnet cuya preocupación era que se iban a quedar sin sangre que chupar y que pensaban que sus sustanciales pero precarios privilegios sólo se podrían asegurar si se convertían en derechos de propiedad del más genuino capitalismo. Desde posiciones intermedias éstos fueron los auténticos colaboradores de Gorbachov, pero por motivos y con fines opuestos. Ellos sí veían a donde conducían las reformas y se montaron en el carro para llevarlo al puerto de su verdadero destino. Excepcional entrelazado de contradicciones que condujo a uno de los más extraordinarios fenómenos de destrucción creativa de toda la historia.

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