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El PP, sumisión y suicidio

Con intención o sin ella los terroristas le aplicaron al gobierno Aznar una estrategia de shock and awe, conmoción y pavor. Lo esencial de los errores cometidos en los tres días siguientes son atribuibles a esa conmoción y ese sobrecogimiento. La catástrofe que agarrotó al gobierno fue para el PSOE una fulgurante oportunidad que lo impulsó inconteniblemente a una acción sin freno, ni físico ni moral.
 
Dos meses y medio más tarde el PP continúa en estado catatónico y el PSOE sigue impulsado por una inercia que lo lleva a rematar implacablemente a su rival, a lo que éste parece sumisamente prestarse. El liderazgo del PP ofrece la yugular al partido del gobierno que, a diferencia de los lobos, hinca el diente sin vacilar. Los políticos populares están dominados por la preocupación de colocar a los suyos en paro y desvincularse de la herencia de Aznar, dándole la razón a los socialistas y dejando en la estacada a sus electores. No moverse hasta septiembre parece ser la consigna.
 
Esos votantes del PP, con guerra primero y atentado después, le hicieron ganar a su partido las elecciones locales y regionales hace un año y luego le proporcionaron la segunda mayor votación de su historia, muy poco por debajo del máximo alcanzado en el 2000, el año de la mayoría absoluta. Ahora se preguntan si valió la pena votarlo, si a la vista de la mansedumbre actual el PP no habrá obtenido lo que se merecía, pues ni siquiera de hacer oposición se muestra capaz.
 
Mientras el PSOE ataca implacablemente y vuelve a la carga con todo lo relacionado con la guerra, el PP, con moral de aniquilado, rehuye el combate y  se refugia en la máxima de que al pueblo español no le gusta la bronca sino el “talante”.
 
Sin embargo el PP cuenta con dos excelentes activos, dos líderes que tienen las personalidades adecuadas para dar la batalla dialéctica con toda la energía necesaria, que no es mucha sino toda, envuelta en talentoso verbo de terciopelo. La socarronería galaica de Rajoy y la tranquilizadora serenidad de Mayor Oreja deberían ser poderosas armas contra el PSOE si se utilizaran para despojarlo de su piel de cordero y explicar con el ahínco el sentido estratégico y moral de las decisiones que llevaron a apoyar la guerra y participar en el esfuerzo de pacificación.
 
Este es uno de esos casos en que lo pasado no está pasado y no se puede luchar por el futuro mientras no se gane la batalla del pasado. Para el PSOE es la oportunidad de darle la puntilla al PP. Para éste debería ser la ocasión de levantar cabeza, cumplir con su electorado y demostrar que es digno de la nutrida votación recibida.
 
El PP, al rehuir la pelea para guardar los modales, está tirando al niño con el agua del baño. Su electorado pasa del desconcierto a la indignación. Piensa que en la crisis de la guerra no se tuvo con él la cortesía de intentar porfiadamente convencerlo, a lo cual tenía derecho, se dejase convencer o no. Luego sintió que se le había robado la victoria, en parte por la torpeza del gobierno, pero sobre todo porque la hábil explotación por el PSOE de una tragedia imprevisible había sido preparada por la calumniosa campaña de que el gobierno había mentido. El colmo de la psoización es que los propios dirigentes populares se lo crean.
 
La estrategia electoral del PP es la de la desmovilización de su electorado. Las europeas llevan a poca gente a las urnas. Pero un electorado en carne viva que vea en ellas una oportunidad de desquite, votando a un partido dispuesto a luchar por su honor, sus valores y su patrimonio podría producir la victoria que se escapó el 14 de marzo. Por el contrario, un electorado desengañado que piensa que en marzo se desperdició su voto al dárselo a un partido que acepta humildemente las calumnias y las tácticas de exterminio del rubalcabismo, temerosos de levantar una voz más alta que otra, podría dejar al PP en 3.5 ó 4 millones de votos y a los socialistas con el doble, enfrentándose a una legislatura encarada por la oposición con moral de gusano.
 
Si por el contrario el PP olvidara el hacerse perdonar por sus rivales y consiguiera mantener en pié a su gente, mientras que el PSOE bajara a los niveles normales en estas elecciones, se podrían alcanzar los resultados que se esperaban en las pasadas legislativas, quedando refutada la falacia socialistas –no es que nadie se la crea, pero ya no la podrían repetir- de que los resultados no tuvieron nada que ver con los muertos, y el estado de ánimo con el que se abordaría la legislatura sería completamente diferente.
 
Pero ya no queda casi nada de tiempo y casi todo está ya perdido.

 

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