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En la inopia

Que nuestros socialistas son los compañeros de viaje ideales de los islamistas ya lo sabemos. Ni los unos ni los otros lo ocultan.

Cual corderos en el matadero nuestros renovados socialistas avanzan poco a poco hacia el desastre. Nos han repetido hasta el aburrimiento que Aznar nos llevó a la guerra contra Irak, una guerra injusta y basada en mentiras, mientras que la participación de nuestra Fuerzas Armadas en Afganistán es un ejemplo de legalidad internacional y de correcta fundamentación política. Es una misión de paz avalada por Naciones Unidas y ejecutada por la OTAN.

Los ejércitos no se crearon, siglos atrás, para desarrollar misiones humanitarias y esa, desde luego, no es la misión para la que fue creada la OTAN. Las operaciones de paz pueden implicar el uso de la fuerza, si las circunstancias lo requieren. Y ese es el caso.

La OTAN está asumiendo la plena responsabilidad sobre Afganistán. En estos últimos años las continuas operaciones militares norteamericanas contra las guerrillas talibanes han conseguido mantener a raya su actividad. La falta de colaboración pakistaní ha hecho imposible detener a sus máximos dirigentes, así como a los de al-Qaeda, y limitar su capacidad de acción. Ahora que Estados Unidos se retira, las fuerzas de la OTAN se encuentran ante el reto de mantener esa misma capacidad operativa, a riesgo de que su incompetencia permita a los talibanes recuperar terreno y situar al contingente internacional ante una situación semejante a la que sufrió el ejército soviético. Para una OTAN que trata de encontrar su sitio en el siglo XXI este escenario resultaría letal. Sería su definitiva transformación en un resto arqueológico.

El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha tratado de transformar nuestras Fuerzas Armadas en una policía especializada en misiones internacionales de riesgo limitado. Sin embargo, para un país signatario de los Tratados de Bruselas y de Washington esa opción es inviable. Nuestros compromisos con nuestros aliados nos obligan a tener unas Fuerzas Armadas listas para el combate y una clase política y una sociedad preparada para asumir sus costes.

El engaño sistemático sobre la supuesta ilegalidad de la Guerra de Irak y la legalidad y supuesta seguridad de la operación en Afganistán se van a volver contra el Gobierno. En las presentes condiciones les va a resultar muy difícil continuar manteniendo la ficción de que nuestro contingente está seguro, que la consecución de la paz es contradictoria con el uso de la fuerza y que el problema del Islam radical hay que solucionarlo a través de la Alianza de las Civilizaciones.

Para que la misión sea eficaz el contingente tiene que salir de sus cuarteles e imponer la seguridad sobre el terreno. Si lo hacen se enfrentarán a los talibanes. Si no lo hacen éstos ocuparán el terreno y la misión en su conjunto se vendrá abajo. Si, ante la negativa evolución de los acontecimientos, nuestros hombres recibieran por segunda vez la orden de retirada la humillación a nuestras tropas y el daño infringido a nuestro prestigio sería enorme. A estas alturas de la legislatura tenemos la experiencia suficiente para poder afirmar, sin temor a equivocarnos, que ambas cosas importan poco a nuestros gobernantes y que, llegado el caso, no tendrían ningún inconveniente en dar la orden.

El riesgo de desestabilización de Afganistán es una realidad y los europeos nos jugamos mucho en ello. En primer lugar, porque resultaría un éxito extraordinario para los islamistas. Podrían afirmar que de nada valen las tecnologías militares, las brillantes victorias norteamericanas cuando la constancia de unas milicias pone entre las cuerdas al "tigre de papel" occidental. En segundo lugar, porque pondría en evidencia que Europa es incapaz de actuar en el campo de batalla si no es bajo el liderazgo norteamericano. En tercer lugar, porque mostraría ante todo el mundo la falta de voluntad, la decadencia, de este Viejo Continente.

Que nuestros socialistas son los compañeros de viaje ideales de los islamistas ya lo sabemos. Ni los unos ni los otros lo ocultan. Por eso mismo es necesario explicar a la población la gravedad e importancia de la misión y la necesidad de forzar a nuestro Gobierno a rectificar sus posiciones y asumir plenamente que nos encontramos en guerra y que sólo caben dos salidas: la victoria o la derrota.

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