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Es la ideología, estúpido

Que en este contexto Obama confiese públicamente que siente la tentación de hacer las cosas por su cuenta, sin pasar por el Congreso, es ilustrativo. ¿Le molesta el Estado de derecho o la separación de poderes?

A Reagan le preguntaron si no le preocupaba el tamaño del déficit. "No, está lo suficientemente crecidito como para ocuparse de sí mismo". A diferencia de Obama, quejica y aleccionador, logró con buen humor y políticas generadoras de crecimiento y empleo 18 incrementos del techo de la deuda por representantes demócratas.

Incluyendo la ausencia de esta gracia sobre la menor importancia de la deuda cuando hay políticas de crecimiento que hacen que un país pueda permitírsela, Obama ha actuado como el anti-Reagan. Este consideraba que las palabras más preocupantes que podían decirse en inglés eran: "soy del Gobierno y estoy aquí para ayudarle". Cada vez que Obama ha aparecido en la tele estos días –demasiadas– ha actualizado el aforismo.

El problema no es la deuda, sino la ideología. Existe un significativo y políticamente potente sector de la población cuyos intereses están alineados con los del Estado y que busca promocionar la dependencia de asignaciones presupuestarias públicas. No importa que el crecimiento escaso dificulte esa distribución a largo plazo. Así que combate las políticas que promueven el crecimiento económico mediante la acción privada, presionando a favor de más intervención pública. Hoy eso se resume en más deuda, y en amenazar con el Apocalipsis si no se autoriza.

Nada sucederá el 2 de agosto, fecha difundida por la Casa Blanca como el no va más de su posibilidad de pago. Estados Unidos tiene una capacidad de liquidez mayor a la de ningún otro operador económico conocido. Podría revocar el apunte contable que hace que dos años de financiación en forma de bonos los vigile la Reserva Federal en lugar del Tesoro, o emitir moneda y llamarlo "facilidad cuantitativa", que es como le dice Bernanke a inundar el mercado de miles de millones de dólares. Ni Estados Unidos va a quebrar, ni va a dejar de prestar sus servicios públicos, ni, aún menos, de retribuir a sus inversores en deuda. Sólo se trata del inaplazable debate de un país democrático sobre su política económica en que se enfrentan dos visiones sobre el peso del Estado: la que considera que EEUU ha de ser un país europeo paternalista más, como prefiere Obama, o la defensora de la libertad y responsabilidad personal.

Que en este contexto Obama confiese públicamente que siente la tentación de hacer las cosas por su cuenta, sin pasar por el Congreso, es ilustrativo. ¿Le molesta el Estado de derecho o la separación de poderes?

La Cámara de Representantes todavía puede aprobar un texto que permita aumentar el techo, reducir gastos, y poner en marcha un comité de reducción del déficit. O puede votarse otro plan, más complicado, defendido por los demócratas del Senado, más asumible para Obama, aunque sin subir impuestos, con los que está obsesionado. De lo que no cabe duda es de la prodigiosa clarividencia de Reagan: "El Estado es como un bebé. Un canal alimenticio con gran apetito por un lado, y ningún sentido de la responsabilidad por el otro".

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