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Frentes islamistas africanos

Que Jartum recupere dicho papel es sólo cuestión de tiempo, el que se tarda en acusar a los cristianos de romper la unidad sagrada de un Sudán que se quiere musulmán, parte sagrada de la Umma o comunidad de los creyentes en el islam.

Sorprende comprobar cómo muy pocos analistas han sido capaces de ver que una de las consecuencias de la independencia de los cristianos sudaneses, proclamada el 9 de julio en Juba, capital desde entonces de la República de Sudán del Sur, va a ser el reforzamiento del islamismo en el norte, en el Sudán que guarda como capital a Jartum. Tan sólo algunas ONGs sudanesas han dado la señal de alarma, voces sensatas que se distinguen entre tanto posibilismo del que estamos siendo testigos en estos días.

Sabido es que Sudán del Sur nace lastrado por pobreza, subdesarrollo y analfabetismo, pero para muchos es una buena noticia que permitirá a una comunidad cristiana africana diezmada durante décadas caminar sola. El futuro es sombrío porque temas clave como la delimitación de 2.000 kilómetros de frontera o el reparto de los hidrocarburos quedan pendientes, y el régimen sudanés podría desencadenar en cualquier momento un conflicto generalizado como continuación de sus ataques recientes a las provincias sensibles de Kordofán Sur y de Abyei. Pero el problema que queremos destacar aquí es otro, y tiene que ver con el hecho de que el presidente Omar Hassan Ahmed Al Bashir, liberado ya de la presencia cristiana dentro de su Estado, puede dar rienda suelta a sus frustraciones –está perseguido además por crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional– alimentando un islamismo que le es bien familiar. En el poder desde que diera un golpe de estado en 1989, Al Bashir dio cobijo a Osama Bin Laden en los primeros noventa, cuando este había huido de Arabia Saudí y en años en los que Jartum era el faro iluminador de los islamismos radicales de todo pelaje, bajo el halo inspirador de un pernicioso personaje: Hassan El Turabi.

Que Jartum recupere dicho papel es sólo cuestión de tiempo, el que se tarda en acusar a los cristianos de romper la unidad sagrada de un Sudán que se quiere musulmán, parte sagrada de la Umma o comunidad de los creyentes en el islam. Además, el hecho de que Sudán del Sur haya sido bendecido sobre todo por potencias occidentales, con los EEUU a la cabeza, y que 7.000 cascos azules de la ONU se preparen para desplegarse en Kordofán Sur y Abyei, no hará sino reforzar el escenario de injerencia. Los no musulmanes que quedan en Sudán y los musulmanes moderados que ven con rechazo las huidas hacia delante yihadistas serían las principales víctimas de esta deriva, si es que se consolida, pero si ya en los noventa el faro irradiador islamista sudanés se hizo global (atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, en 1993, intento de atentado fallido en Addis Abeba contra el Presidente egipcio Hosni Mubarak, en 1995, o apoyo al sanguinario terrorismo yihadista en Argelia, Egipto, Libia y Túnez en aquellos años, entre otros hitos) mucho más fácil sería que se extendiera por doquier hoy, con la globalización bien asentada y el yihadismo salafista firmemente mundializado.

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