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Iceberg Schröder

Con todo, lo peor es que, una vez más, el electorado europeo parece inclinarse por no querer mirar a sus propios problemas y renuncia a las posibles soluciones en un vano intento de querer seguir funcionando como hasta ahora

Si como todo parece apuntar, la CDU de Angela Merkel no forma gobierno y es, de nuevo, Gerard Schröder, el canciller alemán por los próximos cuatro años, se puede afirmar, sin lugar a dudas, que el resultado electoral en Alemania no puede ser más negativo para un país que se hunde al ser incapaz de avanzar en las reformas económicas al ritmo necesario y también para Europa. Cuando la locomotora se para es el tren entero el que se para. Es más, la reelección de Schröder, vuelve a colocar en primer plano el peso del antiamericanismo en la política alemana y europea. No en vano los verdes hacían campaña bajo un cartel que rezaba “el voto contra Merkel es el voto contra Bush”.
 
Que el SPD haya salido peor parado que en los anteriores comicios no es ninguna buena nueva. Es más débil y depende de generar coaliciones altamente complicadas de manejar. Por ejemplo, si habla de una gran coalición SPD-CDU, pero esta posibilidad se antoja, hoy por hoy, remota. Por un lado, el gobierno saliente estaría preso de demasiados equilibrios: ¿sería un gobierno Merkel con agenda Schröeder, o todo lo contrario? Lo más probable, en todo caso, es que fuera un gobierno de coalición para una mayor parálisis y sin ímpetu para afrontar las reformas del sistema alemán que están en la base de su crisis. Por otro lado, hay una fuerte cuestión personal de por medio. ¿Siendo Merkel quién más votos y escaños ha logrado, sería el nuevo canciller?¿Qué haría un Schröder embravecido tras haber impedido la victoria anunciada de la CDU? Nadie cree en que Schröder no dé la batalla y se marche voluntariamente a su casa.
 
Es mucho más probable que lo que Schröder intente antes es lograr una coalición con los verdes y la nueva izquierda de Lafontaine, dando lugar no a un gobierno roji-verde, como el actual, sino un gobierno semáforo, de todos los colores. De obrar así, habría que despedir el escenario de una recuperación económica y de una mayor sensatez en política internacional. Schröder no sólo sería presa de sus propias ideas y actitudes, sino de las fuerzas de izquierda y radicales. Por lo que sucede con Rodríguez Zapatero aquí en España, podremos darnos cuenta del alcance del significado de depender de los más extremistas.
 
Pero las elecciones alemanas superan con mucho el marco alemán. Villepin y sus ensoñaciones antiamericanas se ve reforzado frente a un Sarkozy proatlántico. Y Zapatero –lo poco que pinte– vuelve a tener un maestro a quien seguir y podrá abandonar su tímido acercamiento al Londres de Tony Blair.
 
Con todo, lo peor es que, una vez más, el electorado europeo parece inclinarse por no querer mirar a sus propios problemas y renuncia a las posibles soluciones en un vano intento de querer seguir funcionando como hasta ahora. La victoria de Merkel no indicaba que Europa tomaría un nuevo rumbo, pero era imprescindible para forzar una nueva mayoría, menos estatista, más dada a políticas liberalizadoras y menos antagonistas, en lo exterior, hacia América. Tras el resultado de ayer, Blair vuelve a quedarse solo.
 
En ese sentido, Schröder es un auténtico Iceberg y Europa su Titanic. Lástima que todos los demás vamos a bordo.

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