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GEES

Implicaciones del muro

Durante las últimas semanas han sido muchos los comentarios sobre la legalidad del muro, que no es tal, en vías de construcción por parte del estado de Israel. La intervención del Tribunal de la Haya ha originado un debate que tendrá efectos muy limitados, como han reconocido hasta los tradicionalmente pro-palestinos ministros europeos de Asuntos Exteriores, pero que conviene no perder de vista. La posición israelí ha quedado recogida en:
 
-el documento oficial presentado ante el Tribunal,
-en la versión realizada para el público no especializado en el derecho internacional,
-en el dictamen elaborado por la catedrático de Derecho Internacional de la John Hopkins University, Ruth Wedgwood
-en la declaración presentada por la Foundation for the Defense of Democracies al Tribunal
 
Posición que ha sido defendida desde los medios de comunicación por el propio GEES y por otras muchas instituciones y personas.
 
Pero el levantamiento del supuesto muro es mucho más que un problema jurídico. Es, sobre todo, una opción estratégica con ventajas y riesgos que conviene tener muy presentes.
 
En ocasiones anteriores hemos hecho referencia al origen laborista de la idea y a sus efectos sobre el programa histórico de los asentamientos. Conviene ahora detenernos en sus aspectos más estratégicos.
 
El proceso de paz sostenido por el presidente norteamericano Clinton, con el gobierno laborista de Barak en Jerusalén, fracasó cuando Arafat dejó claro que no estaba dispuesto a presentarse ante su pueblo con una paz que suponía la renuncia a la reclamación histórica del “derecho de retorno” y a parte del viejo Jerusalén. Lo primero implicaría la concesión de la nacionalidad israelí a todos aquellos árabes-palestinos procedentes de territorios al oeste de la línea verde, la frontera provisional surgida de la I Guerra Árabe-Israelí, que abandonaron sus tierras voluntaria o involuntariamente y que lo solicitaran. Algo inaceptable para Israel porque llevaría a una situación absurda: al oeste del Jordán surgirían dos estados, uno árabe y el otro árabe israelí, con la demografía a favor de los primeros. Sería, de hecho, el reconocimiento del fin de Israel. La ruptura de la negociación se escenificó con premeditación aprovechando la provocación de Ariel Sharon, entonces jefe de la oposición, al pasearse por la Explanada de las Mezquitas, bajo la que se encuentran los restos del Templo de Salomón. La revuelta se dio en llamar la II Intifada o Intifada de Al Aqsa, en referencia a una de las mezquitas.
 
La II Intifada no sólo puso fin al proceso de paz sino que convenció a norteamericanos e israelíes de que ya no tenían interlocutor al otro lado. Que Arafat, el antiguo terrorista convertido por los Acuerdos de Oslo en estadista respetable y hombre de paz, volvía a ser quien nunca dejó de ser: un terrorista con el que nada había que negociar.
 
En Israel la ciudadanía tomó la opción que correspondía en tiempo de guerra, abandonó al laborismo, responsable del espejismo de la paz negociada, y confió en el discurso realista del Likud, encabezado por Ariel Sharon. El Likud, por su parte, avanzó en la revisión de sus propias políticas. Quedaban ya atrás su sueños expansionistas, la inevitabilidad de un estado palestino se asumía mayoritariamente, pero había que dar respuesta al siempre presente problema de la seguridad. Si no tenían con quién negociar deberían realizar el proceso de forma unilateral. Con pragmatismo tomaron prestados de los laboristas la idea de extender una gran valla de seguridad que separara a las dos comunidades, idea que desarrollarían con la credibilidad que aquellos habían perdido por su confianza en Arafat. No sería la primera valla o muro que se levantara, ni es la única que hoy impide la comunicación entre gentes en distintos lugares del planeta
 
La construcción de la valla tenía para laboristas y Likud implicaciones evidentes, que asumían con claridad:
 
-Separa a dos comunidades que han sido incapaces de resolver sus diferencias pacíficamente.
-Dificulta el paso de terroristas a territorio israelí, disminuyendo radicalmente el número de atentados y de víctimas.
-Aísla a un elevadísimo número de asentamientos, que son condenados a su desaparición. Israel deja atrás su sueño expansionista, levantará asentamientos y se plegará sobre si misma.
-Incorpora los grandes asentamientos contiguos a Jerusalén y apunta los límites del futuro estado de Israel, los mismos que habían sido planteados durante las negociaciones en Camp David y Taba.
-Crea un dique de contención frente al grave problema que le planteaba el mayor crecimiento demográfico árabe. Separados los árabes no podrán alterar el carácter judío del estado de Israel.
 
Las ventajas de la construcción de la valla son evidentes para el ciudadano israelí y para cualquiera que quiera hacer el esfuerzo de ponerse en su lugar. Sin embargo, el carácter unilateral de la medida implica algunos importantes riesgos.
 
-La retirada de los asentamientos sin nada a cambio será presentada por los sectores más extremistas palestinos como una victoria, como una prueba de que su estrategia violenta funciona, de que es el único lenguaje que los judíos son capaces de entender. Así ocurrió cuando Barak ordenó la retirada del Líbano y probablemente así volverá a suceder. Para muchos la valla no será otra cosa que el atrincheramiento de un Israel debilitado ante el levantamiento palestino, lo que les dará más alas.
 
-Es evidente que la valla no es una frontera en términos de derecho internacional. Israel lo ha reconocido. Es una medida provisional a la espera de que se den las condiciones para un acuerdo final. Pero cuando llegue ese acuerdo, si es que tal cosa llega a ocurrir algún día, Israel se encontrará en una posición de desventaja, porque habrá cedido ya una parte importante de sus bazas. Entonces no podrá negociar el levantamiento de los asentamientos a cambio del abandono del “derecho de retorno”, por poner un ejemplo.
 
Arafat privó a israelíes y palestinos de la posibilidad de un acuerdo de paz que quizás sin él hubiera sido posible. Su fin está cerca y es probable que transcurra bastante tiempo antes de que la situación política se estabilice y un gobierno democráticamente elegido, con capacidad real de representar a la mayoría de los palestinos, pueda sentarse a negociar. Israel ha optado por combatir las amenazas inminentes a costa de asumir riesgos en el medio plazo. Sólo el tiempo nos ayudará a entender si la opción elegida era la correcta.

 

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