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Intervención o derrota

Si el conflicto fuese en el fondo un levantamiento de las tribus del Este contra las del Oeste, ¿tiene algún sentido meterse en la refriega? ¿Sería ese un berenjenal del que podríamos prescindir?

Se acabó la fiesta revolucionaria, y muchos de los jóvenes que cogieron un arma que no sabían manejar y se fueron al frente como quien se va de excursión a la playa empiezan a pensar en cómo emigrar. Záwaniya, la única ciudad importante en poder de los rebeldes al oeste de la capital, Trípoli, cayó en manos de las fuerzas de Gadafi a comienzos de la semana pasada, ofreciendo una resistencia, a pesar de la impericia de sus previos conquistadores, que recuerda las enormes dificultades de la guerra urbana. Si nadie lo para, Bengazi, el bastión de la resistencia en el Este, podría convertirse en un nuevo Grozni o Vúkovar. A medio camino hacia el Este, en Ras Lanuf, la principal refinería del país, la población ha dejado absolutamente desierta la ciudad, en testimonio del aprecio que sus habitantes sienten por Gadafi.

Mientras, en Estados Unidos y Europa se deshoja la margarita de la intervención militar en su modalidad menos comprometida, la zona de exclusión aérea. Botas sobre el terreno es algo que ni se plantea. Se barajan otras muchas formas de frenar a Gadafi y ayudar a los rebeldes, pero la cuestión más radical es que todavía no está respondida la pregunta: ¿quiénes son los rebeldes? Se habla mucho del carácter profundamente tribal del país, sin describirlo ni dar la más mínima explicación de cómo esa estructura se traduce en política. Si el conflicto fuese en el fondo un levantamiento de las tribus del Este contra las del Oeste, ¿tiene algún sentido meterse en la refriega? ¿Sería ese un berenjenal del que podríamos prescindir? Los servicios de inteligencia británicos enviaron clandestinamente un pequeño comando al Este para establecer contacto con los dirigentes de la revuelta y enterarse de qué va la cosa, pero su aventura terminó peor que el desprestigiado rosario de la aurora; sin que nadie nos haya explicado por qué, los que claman por la ayuda de Occidente tratan como indeseables intrusos y casi enemigos a quienes pretenden enlazar con ellos. Hillary Clinton tiene anunciada una próxima visita a la misma gente con similares propósitos, esperemos que con procedimientos más seguros y mejores resultados. En espera de las aclaraciones, los que no ven más que peligrosos inconvenientes en cualquier forma de intervención militar, enfatizan esa incógnita sobre la verdadera naturaleza de aquellos a los que habría que prestar asistencia.

Entre los puntos en discusión se incluye si verdaderamente la desean o la rechazan. Este tema ha evolucionado del no al sí tan deprisa como la fortuna de las armas en los frentes de combate, de manera que lo que se afirmaba hace una semana puede ser hoy todo lo contrario. Las fobias anticoloniales, los reflejos antiimperialistas, las alergias antioccidentales, el tabú de Irak dominaban claramente al principio. Ahora es, obviamente, todo lo opuesto. Tanto los improvisados jefecillos militares rebeldes como esa especie de Gobierno provisional en el exilio interior que se ha formado en Bengasi, claman por que se les quite de encima cuanto antes los bombarderos y helicópteros de Gadafi. Y lo que es mucho más prometedor y menos obvio, los países del Golfo al unísono y la mismísima Liga Árabe con las solas excepciones de Siria y Argelia, han pedido el sábado último una intervención aérea. Incluso ese club de tiranuelos que es la Unión Africana se lo está pensando. El asunto tiene su mérito porque entre esos políticos en el poder las simpatías por los manifestantes y sus reivindicaciones brillan por su ausencia, pero los aborrecimientos que Gadafi se ha ganado a pulso a lo largo de sus cuatro décadas de intromisiones, a veces sanguinarias, en los asuntos ajenos, pródigamente financiadas por sus rentas petroleras, han terminado por prevalecer.

Estos apoyos son de valor incalculable para americanos y europeos, si se deciden a hacer algo. No sólo permiten eludir cualquier vergonzosa negativa del Consejo de Seguridad de la ONU, sino que le ponen a Rusia y China más difícil su descarado veto. Para un Obama que tras intenso conflicto interior se ha decidido por pedirle Gadafi que se marche, y un Sarkozy que ha reconocido como verdadero representante de Libia a la junta formada en Bengazi, las trabas diplomáticas a una intervención quedan notablemente allanadas.

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