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GEES

Irán, aterrorizado

Es una hipótesis que apunta en la misma dirección que otras muchas pruebas circunstanciales: Al Qaeda, que muchos consideran un espectro, sigue viva y actuando.

El régimen iraní no sólo apadrina a varias organizaciones del ramo del terror, sino que a veces tiene que engullir la amarga medicina que con tanta liberalidad administra.

De cuando en cuando nos llega la desconcertante noticia de algún atentado en territorio persa y el último es de gran enjundia. Las autoridades tardan fracciones de segundo en culpar a los malos de afuera, como siempre sucede con los regímenes represores, en una actitud conspiranoica que además cuenta con profundas raíces nacionales que el viejo país comparte con sus menospreciados vecinos árabes. La localización geográfica de esos atentados, en la periferia de su geografía, nos revela una debilidad estructural no muy conocida pero que nunca puede estar muy lejos de la mente de los políticos y de la sensibilidad nacional: en torno al cincuenta por ciento de la población no pertenecen al núcleo que configura la identidad del país, es decir, o no son étnica y lingüísticamente persas o no son chiitas o no son ninguna de las dos cosas. En los casos más importantes estas minorías cuentan con parentela al otro lado de la frontera, lo que siempre puede ser fuente de inquietantes tentaciones. Todo ello contribuye a la dureza del nacionalismo persa/iraní que el régimen islamista no deja de explotar cuando los fervores religiosos no son apoyo suficiente para cerrar filas tras los ayatolás.

La principal área interna de conflicto es el Baluchistán, en el sureste del país, a lo largo de la costa del Índico y limitando al este con el Baluchistán pakistaní. Aunque su idioma pertenece a la rama irania de la gran familia indoeuropea, está muy alejado del farsi. Otra fuerte diferencia con el elemento dominante en el país es el fuerte tribalismo que caracteriza su sociedad. Pero quizás lo más importante es que la mayoría de los baluchos son musulmanes sunnitas. A ambos lados de la frontera ha habido movimientos nacionalistas y períodos de alguna actividad guerrillera desde finales de los años veinte del pasado siglo. La situación política en el baluchistán iraní se deteriora a partir de la revolución islámica del 79, que acentúa la presión en contra de los sunníes. Aunque siempre pueda tener un tinte nacionalista, la reacción es esencialmente de índole religiosa y así hay que interpretar los atentados terroristas de los últimos años, de los que se habla poco en Occidente pero que ya tienen en su haber varios centenares de víctimas.

El del sábado 17 de octubre ha sido el de mayor envergadura y el de objetivos más importantes, al conseguir el asesinato de varios generales de la cúpula de los Guardias Revolucionarios, el verdadero brazo armado del régimen y cada vez más su espina dorsal, por cuanto el duro castigo a la oposición desde las fraudulentas elecciones presidenciales del 12 de junio ha corrido básicamente a su cargo y ha hecho avanzar notablemente su posición en el seno del sistema de poder establecido.

Aunque no ha habido reivindicación, no se duda de la autoría de la organización sunnita Jundallah, los "soldados de Alá", ejecutores de otros estragos anteriores y tras los cuales el liderazgo de los Guardias y el Gobierno denuncian violentamente la mano de los servicios secretos americanos, británicos y pakistaníes, al tiempo que amenazan con duras represalias que todavía no se han visto. Se trató de dos atentados distintos, uno de ellos con "explosivo improvisado", el que causó mayor número de víctimas, cerca de cuarenta, pero fue un suicida el que se llevó por delante a un grupo de importantes jefes de los Guardias Revolucionarios.

Cómo esta bomba viviente puede haber salvado los controles de seguridad es un interesante misterio que ha dado pie a una fuente israelí que se considera próxima a los servicios de inteligencia a una interesante especulación en la que es difícil separar los elementos reales de los ficticios. Esta hipótesis relaciona el asesinato logrado con el reciente intento fallido contra un príncipe saudí en las proximidades de la frontera con el Yemen, y ve en ambos la mano de Al Qaeda, con la que Jundallah mantendría intensos vínculos y que es igualmente activa en el lado yemení de la frontera con Arabia. En los dos casos mediaría una cita secreta para negociar con un enviado de la organización terrorista que resultó ser una trampa.

Es una hipótesis imaginativa y arriesgada que se basa más en suposiciones que en hechos, pero que apunta en la misma dirección que otras muchas pruebas circunstanciales: Al Qaeda, que muchos consideran un espectro, sigue viva y actuando.

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