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Irán por la puerta de atrás

Cae Gadafi y se compromete el régimen de Basher el Assad, los siguientes en el ojo de mira van a ser ellos. Y para defenderse, nada mejor que una pequeña maniobra de distracción: provocar a Israel a una guerra que polarice la calle árabe.

Es bien sabido que los Gobiernos sólo pueden ocuparse de un problema a la vez. Y ahora toda la atención pública (y también privada) gira en torno a la guerra en Libia y el futuro inmediato del coronel Gaddafi. Y, sin embargo, hay otras muchas cosas que están ocurriendo en el Gran Oriente Medio.

Por ejemplo, los cohetes que el pasado día 22 se lanzaron desde la Franja de Gaza contra suelo israelí, por primera vez con un alcance superior a los más perfeccionados en manos de Hamas. Y también, el atentado en la estación de autobuses de Jerusalén, al día siguiente. Ambos hechos responden a una lógica de provocación cuyo único posible beneficiario es el régimen de Teherán. Llevando a que Hamas escale en su violencia, lo que se intenta buscar es una respuesta por parte israelí y que esa posible ofensiva militar contra Gaza, si se plantea de nuevo como una operación en envergadura, en la estela por la lanzada por el anterior primer ministro, Ehud Olmert, la famosa Operación Plomo Fundido, incitase los sentimientos anti-israelíes y anti-judíos en Oriente Medio.

¿Por qué le podría interesar a Irán ahora tal cosa? Pues porque lo que están poniendo de manifiesto las revueltas, pacíficas o no, desde Marruecos a Irán, es que la crisis del mundo árabe nada tiene que ver con el conflicto israelo-palestino o con la existencia misma del Estado judío. La caída de Ben Alí en Túnez, de Mubarak en Egipto o del régimen de Gadafi no han estado motivadas ni por antiamericanismo ni por Israel, sino por razones endémicas a los regímenes de esos países. Como se está viendo también en Siria o Irán, entre otros ejemplos. Es más, Israel no ha sido un tema de confrontación en estas semanas. No se queman sus banderas ni se profieren gritos contra su existencia. La ira se dirige, por primera vez, contra los dictadores y autócratas, religiosos o seculares.

Es verdad que Irán también ha quedado fuera de este cuadro de cambios y, allá en la lejanía, los líderes de Teherán han podido seguir con su programa nuclear y con la represión de los disidentes, ante el olvido del mundo cuyos ojos están hoy atentos a la orilla sur del mediterráneo. Pero los ayatolas y Ahmadinejad saben muy bien que si la cuestión de los derechos humanos se extiende, cae Gadafi y se compromete el régimen de Basher el Assad, los siguientes en el ojo de mira van a ser ellos. Y para defenderse, nada mejor que una pequeña maniobra de distracción: provocar a Israel a una guerra que polarice la calle árabe y alimente las críticas occidentales contra Jerusalén y así ellos poder seguir disfrutando de este tiempo muerto.

De momento no lo han logrado. El Gobierno de Netanyahu ha reaccionado con prudencia e incluso los líderes de Hamas podrían estar tomando distancia de sus amos en Teherán. No quieren ser barridos del mapa. Pero el problema es que Irán tiene muy largos sus brazos. En Gaza más allá de Hamas y en el Líbano, a través de Hizbolah. Por eso hay que estar muy atentos a lo que pase en aquella otra zona del Oriente Medio. No permitamos que los iraníes crean que se pueden beneficiar de nuestras distracciones estratégicas.

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