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Irán: ¿qué hacer?

John McCain dijo durante su carrera presidencial en 2008 que sólo hay una cosa peor que bombardear Irán, la bomba atómica iraní. Cuatro años más tarde el mundo parece encaminarse inexorablemente a aceptar que Irán se convierta en una potencia atómica.

John McCain dijo durante su carrera presidencial en 2008 que sólo hay una cosa peor que bombardear Irán, la bomba atómica iraní. Cuatro años más tarde el mundo parece encaminarse inexorablemente a aceptar que Irán se convierta en una potencia atómica. Europa habla mucho de presionar al régimen de los ayatolas mediante sanciones con más mordiente, pero siempre se para en cuanto las medidas le tocan la fibra comercial. Lo acabamos de ver el pasado jueves, en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores, y las discusiones sobre congelar las compras europeas de petróleo iraní. Todos a favor de que empiecen los demás.

En Estados Unidos la cosa no es mejor. Tras el rotundo fracaso de la política de Obama de "brazos abiertos" hacia Teherán (técnicamente conocida como engagement) tanto el Pentágono como el Departamento de Estado están poniendo las bases necesarias para una política de contención y disuasión que les permita vivir con más o menos tranquilidad con la bomba iraní.

La clave de esta actitud estriba en la creencia de que el arma nuclear llevará un cierto grado de racionalidad al régimen iraní, quien quedaría sometido a la lógica paralizante de la famosa "destrucción mutua asegurada" que tan bien funcionó con la URSS durante los años de la Guerra Fría.

Y, sin embargo, nada hay que sustente esta creencia. Más bien todo lo contrario. La República Islámica de Irán ha dado sostenidas pruebas en estos largos 30 años de régimen jomeinista de no atenerse a los criterios de las mentes occidentales ni detenerse ante las normas diplomáticas o legales de la comunidad internacional. Lo acabamos de ver con el asalto a la legación del Reino Unido en un revival del asalto a la norteamericana de 1979; lo hemos visto también con la detención ilegal de turistas a quienes se acusa de espías para presionar a sus capitales de origen; como lo vimos con el auténtico secuestro de soldados británicos en aguas iraquíes. Por no hablar de sus vínculos con grupos terroristas o la, ya innegable, violación de sus obligaciones con el Tratado de No Proliferación. No, Irán no es un país como otro cualquiera y confiar en que con la bomba en sus manos va a moderar su comportamiento es un acto de fe que no encuentra sustento alguno.

Desde Bruselas y Washington se llama a la prudencia para no poner en peligro el actual precio del petróleo y no dañar así cualquier esperanza de recuperación económica de la que depende la reelección de varios de nuestros líderes. Se teme que más sanciones o una intervención militar provocaría un alza del crudo. Es posible. Al menos durante unos meses. Pero lo que no se atreve nadie a decir en estos momentos es que con su bomba, los ayatolas podrían subir el precio del petróleo cuando se les antojara y durante todo el tiempo que quisieran.

A Israel, para quien Irán se ha demostrado una amenaza estratégica, la bomba iraní es una amenaza existencial. Pero sus principales aliados occidentales le niegan la debida libertad para defenderse de ella. Al menos de manera activa o preventiva. De ahí que la respuesta, de momento, no sea acabar con el programa nuclear en Irán sino impedir que dé sus frutos a corto plazo. Ni sanciones, en las que no cree, ni ataque, al que no le dejan, sino otras cosas.

Ahora que España inaugura una nueva etapa tras la años horribles del zapaterismo, nuestra nueva diplomacia debería retomar el apoyo a los grupos disidentes en Irán. Para nosotros no hay mejor apuesta que el cambio de régimen y el apoyo a la democracia.

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