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GEES

La debacle demócrata

El conservadurismo americano quiere poner topes, no suprimir el Estado –como ridículamente le acusan sus enemigos políticos–, y preservar el tesoro de la libertad y la iniciativa individual. Nada menos que eso es lo que está en liza en estas elecciones.

El martes los demócratas perderán su gran mayoría en la Cámara de Representantes, verán reducida la que disfrutan en el Senado a un mínimo de poca utilidad legislativa, y de mayoritarios pasarán también a tener una minoría de gobernadores a la cabeza de los estados, lo que es importante con vistas a las elecciones presidenciales del 2012 y a la modificación decenal de los distritos electorales para la Cámara Baja, que corresponde llevar a cabo el próximo año. Estos retoques en los límites de los distritos se hacen para adaptarlos a la evolución demográfica, de modo que sigan teniendo todos más o menos la misma población. Pero además – en un chanchullo institucionalizado y bipartidista–, quien tiene el gobierno traza las fronteras tratando de favorecer las conveniencias electorales de su partido, lo que se llama gerrymandering, conmemorando a un gobernador de nombre Gerry Mander, pionero en estas mañas.

De todo este cambio los expertos en encuestas sólo discuten la magnitud, pero en la terminología política americana estamos ante una "elección de oleada" (wave election), y no se puede descartar del todo la posibilidad de un empate en el Senado, incluso de una mayoría absoluta de uno a favor republicano. A los gubernamentales les ha costado mucho reconocerlo y hasta el último momento siguen tratando de minimizarlo. La culpa se la echan a la crisis, y Obama –en su impenitente arrogancia y perpetuo pedagogismo racionalizador–, explica que el público, magullado por una crisis de la que él no ha hecho más que salvarlo, se encuentra en estado de ánimo herido y con sus entendederas erosionadas. De manera que, como es habitual en tal situación psicológica, reacciona contra el poder, aún a costa de sus verdaderos intereses. Esas condescendientes explicaciones de psico-sociología barata ya le causaron más de un problema en su triunfal campaña del 2008. Entonces no tuvieron consecuencias, pero con el tiempo se convirtieron en una parte del problema con el que ahora se encuentra.

Obama dice esas cosas preferentemente en cadenas nacionales de televisión, porque para los candidatos de su partido se ha vuelto altamente tóxico y lo mantienen a la máxima distancia posible de sus campañas. Sólo alguno francamente perdido se ha arrojado al río de su ayuda electoral. Ningún demócrata de los que tratan de repetir invoca sus votos a favor de la legislación señera de los dos últimos años. Nada de salvamentos multimillonarios de bancos, astronómicos y poco efectivos estímulos económicos, ruinosa y estatalizadora reforma sanitaria, costosísimas y poco prácticas limitaciones en la emisión de CO2. Son bichas que ni se mencionan, pero que no eluden la perfecta información de los electores al respecto. La oleada se va a llevar por delante a los "perros azules" (blue dogs), demócratas moderados, elegidos en distritos de inclinación republicana, que no van a ser perdonados a pesar de sus remilgos con esas leyes.

Impresiona hasta qué punto la economía lo es todo en este ciclo electoral, que se caracteriza por un profundo cambio de actitud en el electorado, que quién sabe qué consecuencias podrá tener en el futuro. Lo cierto es que el típico optimismo americano, la convicción de que el futuro siempre será mejor que el presente, la confianza en que todos los problemas tienen solución, brilla por su ausencia. De ahí el impacto que ha tenido el proteico movimiento de los Tea Parties, que creen en la regeneración del país volviendo a sus principios fundacionales tal y como están recogidos en la constitución escrita en vigor más antigua del mundo.

Porque por debajo de la economía subyace algo todavía más importante. Estas elecciones son ante todo acerca del papel y el volumen del Estado en la sociedad. Para los obamistas la crisis ha sido la oportunidad de oro para expandir el Estado y su multibillonarios programas con dinero que no existe. Esos elefantiásicos programas han estado ante todo destinados a apuntalar a los sectores que les dan el voto a cambio de subvenciones mil. El modelo viene a ser la socialdemocracia europea, la cual tampoco considera concluida su obra y sigue propugnando la expansión del sector público en paralelo con la imparable del universo. Frente a ello el conservadurismo americano quiere poner topes, no suprimir el Estado –como ridículamente le acusan sus enemigos políticos–, y preservar el tesoro de la libertad y la iniciativa individual. Nada menos que eso es lo que está en liza en estas elecciones.

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