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GEES

La desesperación del Gobierno

ha colocado, en realidad, la relación bilateral con los Estados Unidos exactamente donde la dejó Francisco Franco: en una relación esencialmente de naturaleza militar, de gran beneficio para la política estratégica norteamericana

El embajador español en Washington, Carlos Westenderdop, critica a quienes cronometran la relación entre la administración Bush y el gobierno de Rodríguez Zapatero. Pero no puede ocultar que de los siete minutos que oficialmente conversaron en su primer encuentro, durante la cumbre de la OTAN en Estambul, se ha pasado a los siete segundos del “Hola amigo, ¿qué tal?”, frase, por lo demás que no denota ninguna proximidad, sino el trato que se le da en América a cualquier desconocido que llena tu depósito de gasolina en una estación de servicio, por ejemplo. Moratinos también dice que la relación va viento en popa y lo demuestra por el desembarco que varios ministros van a hacer en la capital del Potomac en las próximas semanas. Pero calla la agenda y los temas que van a tratar, no vaya a ser que no haya resultados.
 
En realidad, estos gestos no muestran sino la desesperación del gobierno español al comprobar que Bush no está dispuesto a descongelar la relación bilateral con la España de Zapatero. Es lógico y normal que estados Unidos quiera normalizar los temas que le interesan para su agenda, especialmente los militares y la cooperación policial en materia antiterrorista, pero eso no equivale ni a confiar en el actual gobierno ni a querer devolverle el lustre a una relación que el socialismo español ha dinamitado caprichosamente.
 
Hay una anécdota que pone de relieve la intensidad de esta callada desesperación. Días antes de Semana Santa, aprovechando la presencia en Madrid de Richard Perle, hoy analista del American Enterprise Institute y exponente de la corriente neoconservadora americana, antaño “príncipe de las tinieblas” en el Pentágono de Ronald Reagan, el secretario de estado de política exterior, Bernardino León, le extendió una invitación para que acudiera a su despacho con el fin de intercambiar opiniones. Lo más curioso, no obstante, no es el intento del responsable español de querer reunirse con quien consideran anatema y el mismísimo diablo en persona, sino que dicha entrevista tuvo lugar en presencia de un tercero. Un ex ministro de exteriores, pero no español, sino del gobierno de Israel. Cualquier canal es bueno para colocar un mensaje, aunque sea empleando a funcionarios extranjeros en un despacho oficial en teoría español.
 
Y es que la política exterior de Rodríguez Zapatero no deja de sorprender por sus extravagancias. Lo más llamativo, que un gobierno que reniega del pasado reciente de nuestro país y que está dispuesto a reabrir heridas que todos dábamos por cerradas, que llega a denunciar al franquismo quitando sus símbolos y estatuas de los lugares públicos que controla, ha colocado, en realidad, la relación bilateral con los Estados Unidos exactamente donde la dejó Francisco Franco: en una relación esencialmente de naturaleza militar, de gran beneficio para la política estratégica norteamericana y de nulo rendimiento político para España. Esa es la triste verdad, aunque le duela a Zapatero y Moratinos. Y al embajador Westendorp

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