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La despedida de un Obama

Obama se estrena con un absoluto exceso de expectativas, tan infladas como la mismísima burbuja financiera que acaba de estallar, a la que él, como senador demócrata, contribuyó con bastante más que un soplidito.

¿Nos dará Obama un descanso mientras se afana en "entrar a la carrera" de la presidencia el 20 de enero, como él mismo ha dicho y como Bush está dispuesto a facilitarle que haga? No lo parece. Despedimos al Obama de la campaña electorial y ahora hemos de atisbar quién es el nuevo Obama presidencial.
 
Empieza con un déficit de legitimidad, porque ganó ocultando de manera deliberada qué ha sido, qué creído y cómo ha actuado en su anterior vida. Lo ha hecho con muchas complicidades, que no excluyen a su rival republicano, que ha preferido hacerse el simpático con una prensa ferozmente sectaria, a tirar de la manta. Ha llegado a pedir a compañeros de infancia y juventud que cerraran la boca. Y ha coaccionado a quienes trataban de investigar.

Empieza con un plus de buena voluntad y cortesía política, que ha silenciado el déficit señalado. ¡Qué diferencia Bush-Obama con Clinton-Bush! Han reverdecido los viejos estilos anglosajones. Que Obama haya basado su estrategia en la denigración sin paliativos de Bush estaría entre lo admisible en la dura democracia americana si él y los suyos hubieran admitido la recíproca o si, al menos, hubiera habido una prensa dispuesta a informar con mediana objetividad y tratado más o menos por igual a los dos equipos contendientes.

Hasta los más abiertamente desconfiados no dudan un momento en reconocer que es muy cierto que su mera presencia en la Casa Blanca es un hito histórico de consecuencias altamente positivas, del que, en cuanto tal, todo el mundo debe alegrarse (aunque la dudas se refieran a si el personaje es suficientemente digno para tal honor y si será capaz de estar a la altura de las circunstancias). ¿Por qué Condolezza Rice, con mucha más experiencia y una 50% más de negritud, no ha sido una candidata apta ni siquiera para el puesto de número de dos? Se supone que por los mismos motivos que Sara Palin no es propiamente mujer para las adoradoras de Hillary. Hay mucho, y muy alarmante, sectarismo ideológico detrás de la victoria de Obama.

Aunque su color y todo el universo de anhelos, complejos de culpa, ansias de redención y arrogancia moral que suscita ha sido una manifiesta ayuda para su campaña, lo cierto es que ese 95% de votos negros que ha recibido fue un 88% para Kerry hace cuatro años. No es tanta la diferencia, aunque es cierto que el porcentaje está medido contra una movilización considerablemente más intensa. Y lo mismo vale para otras categorías sociales. Sin apearnos de los recelos respecto al presidente electo, mientras sus hechos no desmientan que sí, que él puede empezar el cambio cambiándose a sí mismo en casi todo lo que ha sido hasta ahora, como proamericanos morales que somos nos alegramos de que América, insustituible líder de occidente y del mundo libre, esté una vez más a la altura de sus ideales y vuelva a dar un ejemplo de valor universal.

Pero junto a ese minus y ese plus, Obama se estrena con un absoluto exceso de expectativas, tan infladas como la mismísima burbuja financiera que acaba de estallar, a la que él, como senador demócrata, contribuyó con bastante más que un soplidito. Salió a tantear el terreno y se encontró con una masa de gentes que anhelaban un mesías y mesianismo fue lo que les dio... y en cantidades industriales. Finalizada la predicación llega el momento de dar trigo y habrá que ver cómo se las apaña en un momento en que la cosecha económica se anuncia desastrosa y sus más bien díscolas tropas parlamentarias son las más izquierdistas de la historia del país. Lo malo es que sus probados instintos son los de seguir la menor resistencia: la demagogia es un plano inclinado de gozosa pendiente.

El Obama del pasado fue enigmático y el del futuro una verdadera incógnita. De momento, lo único seguro es que no podrá dar todo los que sus entusiastas de tan variada procedencia y condición le reclaman.

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