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La Europa que dice no

El no debe aprovecharse para impulsar las reformas económicas, políticas e institucionales que de verdad contribuyan a una Europa más próspera, abierta, competitiva y responsable en el mundo

Tras el no francés del pasado domingo, ha llegado como un mazazo el mayoritario no holandés. Las tesis de quienes han defendido en estos tres días que el objetivo estratégico de Europa debía hacer como si nada hubiera pasado en Francia y continuar con el proceso de ratificación del tratado constitucional ya no se sostienen y sólo ponen de relieve la desesperación de quienes entienden Europa como una construcción burocrática. Las dos negativas populares acumuladas han puesto en marcha una nueva dinámica política: Blair con toda probabilidad se abstendrá de convocar un referéndum y considerará el texto como un tratado muerto antes de nacer. Checos y polacos seguramente harán lo mismo.
 
Ahora bien, la responsabilidad de los líderes políticos y de los partidarios del sí no puede limitarse a lamentar no haber ganado ni a denigrar el campo del no, por muy dispar que este sea. La Europa que vota no responde a un claro alegato contra la construcción europea en su finalidad actual, así como contra la forma que ha ido adquiriendo el proceso. No se trata ahora de recuperar pasiones nacionalistas, ni contentar a muchos votantes con nuevas medidas protectoras, ni culpar de todos los males a los países de la nueva ampliación, incluida Turquía. Los holandeses, por ejemplo, han compartido su creencia de que con este tratado su capacidad de actuación en el seno de las instituciones quedaría muy mermado, habida cuenta de que la constitución no era sino una redistribución del poder en la UE a favor de Alemania y Francia. Y este hecho no tiene nada que ver con la antiglobalización o la emigración, sino con el objetivo y la forma de hacer Europa, un proceso absolutamente dominado por los franceses.
 
Curiosamente, Tony Blair que había quedado debilitado en la UE tras la pérdida del poder del PP en España y el alineamiento automático de Zapatero con París, recobra ahora buena parte de su protagonismo. Lo que Europa necesita no es más intervención estatal, sino liberalización económica y en eso él puede presentar argumentos y opciones importantes; lo que Europa necesita no es construirse como contrapoder frente a los estados Unidos, sino complementariamente, y su capacidad para servir de puente está debidamente probada.
 
El no debe aprovecharse para impulsar las reformas económicas, políticas e institucionales que de verdad contribuyan a una Europa más próspera, abierta, competitiva y responsable en el mundo. No para promover el suicidio de una Europa deprimida, cerrada sobre sí misma y retraída frente a los retos internacionales. Con el tratado constitucional era seguro que Europa caminaba en la dirección equivocada; tras el No y la muerte del tratado se abre una posibilidad de modificar el rumbo y hacer del Viejo Continente una nueva Europa. Lo que ya nos había propuesto Donald Rumsfeld hace años.

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