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La gran batalla del techo de deuda

Si Obama hace hincar la rodilla a los republicanos habrá legalizado un aumento de un déficit ya situado en niveles que la mayoría de sus conciudadanos, y no sólo de derechas, aborrecen.

Aunque en Europa nos angustiamos por el tambaleo de los puntales más débiles de la economía de la eurozona, algunos no dejan de mirar a Washington como la verdadera madre del cordero que se nos viene encima. Si la pequeña Grecia puede desencadenar el derribo de la hilera europea y a la postre mundial de las fichas de dominó, qué no podrá Estados Unidos.

5 de agosto: si la Casa Blanca y la oposición no llegan a un acuerdo para elevar el límite sobre la capacidad de endeudamiento del gobierno –establecido por ley–, el país tendrá que incumplir algunas de sus obligaciones de pago: es decir, de alguna manera entrará en quiebra. A partir de ahí la debacle. O no. La baza de Obama es amenazar con la catástrofe, pero a veces los muertos anunciados gozan de buena salud y los más deslumbrantes faroles se apagan con un buen soplido. La firmeza puede ser rigidez suicida o puede romper tabúes nefastos.

En América todos reconocen ahora que Obama lleva las de ganar en su maniobra para teñir con el oprobio de la intransigencia, la irresponsabilidad y el electoralismo a sus rivales. Ambos contendientes tienen su vista puesta por igual en las elecciones del próximo año. Ser los intransigentes oficiales no es bueno y apechugar con los males que puedan derivarse de tal actitud los colocaría en posición perdedora. Pero si resulta que no dan su brazo a torcer y no pasa nada, Obama hace el ridículo.

Si por otro lado los líderes parlamentarios republicanos ceden, quedan en evidencia ante una parte esencial de su base: el movimiento del Tea Party, que los votó confiriéndoles el mandato de reducir el gasto público y contener los impuestos. Pero en ese caso, la indudable victoria de Obama podría muy bien resultar pírrica, como ya ha sucedido anteriormente, ante todo con la reforma de la Sanidad, que lo absorbió durante su primer bienio, corroyendo su popularidad con el espectro de grandes incrementos del déficit.

Si Obama hace hincar la rodilla a los republicanos habrá legalizado un aumento de un déficit ya situado en niveles que la mayoría de sus conciudadanos, y no sólo de derechas, aborrecen. Y habrá conseguido la aprobación de nuevos impuestos como método para combatir el mal, procedimiento que igualmente es objeto de un amplio repudio.

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