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La imposible intervención

Bashir al Ássad sigue, las matanzas también, así como las sonoras e inanes condenas de Occidente y el debate sobre los imperativos morales de la intervención, sus excelencias y peligros.

Bashir al Ássad sigue, las matanzas también, así como las sonoras e inanes condenas de Occidente y el debate sobre los imperativos morales de la intervención, sus excelencias y peligros. Las consideraciones humanitarias pueden llegar a decidir cuando el desastre es grave y bien publicitado y el coste bajo y con buenas recompensas propagandísticas, pero el verdadero estímulo es el premio estratégico: el golpe fatal a Assad lo recibirían en la cara los Ahmadineyads y Jomeneís y su aliado el Hezbolá libanés. ¡Todo un vuelco estratégico en el Oriente Medio! Si se sopesan ventajas y posibles inconvenientes –todo en una guerra puede salir mal y entre los poco conocidos opositores puede que no haya mucho trigo limpio– la balanza argumental está bastante equilibrada, excepto para los abogados de una u otra causa, que al fin y al cabo son la mayor parte de los que opinan. Pero no cuentan razones. La pesa decisiva la proporciona la voluntad de Obama de hacer campaña electoral como el que concluye guerras, no como quien empieza una más. De ahí la férrea posición iraní en las conversaciones nucleares y la imperturbabilidad de Damasco. De ahí también que las posiciones a favor sean acusaciones contra el nocivo e irresponsable oportunismo o debilidad de Obama, llegándose incluso desde la derecha a tratar de convencerlo de que una intervención redundaría en su provecho electoral.

La masacre de Houla, donde los bombardeos gubernamentales mataron a más de cien civiles, la mayoría niños de menos de 10 años y mujeres, y la de la aldea de Qubair por obra de las asesinas milicias "shabiha", ha traído una nueva ronda de pronunciamientos y de propuestas de más y mayores sanciones, a las que se opondrán rusos y chinos. La víctima diplomática es el plan de "alto el fuego" de Naciones Unidas, al que ya se da por muerto. Ha servido para ganar tiempo tanto al régimen como a los que quieren ver alejado el cáliz de cualquier acción contundente. Quizás Kofi Annan tenga razón al decir que su plan no es malo. ¡Si sólo tuviera la más mínima posibilidad de aplicarse! Mientras tanto, un destello de esperanza de que Putin hubiera cambiado sus cálculos de conveniencia en contra del régimen de Damasco ha quedado en nada. En lo que ahora entramos es en un mayor frenesí diplomático, en el que Moscú es cortejado con mayor ahínco, y en el que los resultados prácticos difícilmente mejorarán todo lo precedente.

Tenemos, pues, una incierta, larga y sangrienta marcha por delante. La gran cuestión es a favor de quién trabaja el tiempo. La superioridad de las fuerzas del régimen es abrumadora, pero el cansancio de quince meses de despliegue y una lenta pero real mejora del Ejército Libre Sirio ha llevado a éste a controlar áreas bastante grandes, que el gobierno puede reconquistar pero pierde en cuanto acude a combatir en otro punto, mientras los ataques de los rebeldes aumentan y el número de desertores sigue creciendo.

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