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La izquierda ante Irak

Hay ciertas cosas que la izquierda, moderada o radical, no puede ni olvidar ni perdonar. Una de ellas es que un presidente americano al que en su día tildaron de tonto, como fue el caso de Ronald Reagan, se alzara como el principal responsable de la caída estrepitosa del comunismo. Reagan nunca aceptó el statu quo heredado del realismo pragmático defendido por preeminentes figuras, como Henry Kissinger, y transformó la agenda internacional del partido republicano. El otro caso, más reciente, tiene que ver con Bush, otro republicano, por lo demás, como dicen, inculto y, aún peor, tejano. Con Bush y la guerra en Irak, para ser exactos.
 
Tras todas las diatribas y denuncias vertidas desde la izquierda en estos meses, hay oculta una verdad que les resulta intolerable: que la guerra en Irak es una guerra revolucionaria. Revolucionaria porque es radical en sus presupuestos y objetivos, ni más ni menos que el cambio de régimen, la instauración de un gobierno democrático y todo un sistema de libertades; revolucionaria también porque rompe con el etnocentrismo occidental según el cual el mundo árabe está condenado a sufrir todo tipo de regímenes despóticos, pero no la democracia; revolucionaria en sus ambiciones, ya que supone abrir una ventana de esperanza para los habitantes de toda una región, Oriente Medio, hoy todavía sujetos al capricho de los regímenes arcaicos y autocráticos que gobiernan en esa parte del mundo, fuera de la historia si no fuera por las intermitentes y limitadas visitas de los jeques a nuestras zonas turísticas.
 
Si Estados Unidos y sus aliados vencieran fácilmente en Irak, la izquierda habría perdido una de sus supuestas señas de identidad: el monopolio de la bandera del respeto a los derechos humanos y la continua aspiración por una vida mejor y libre para todos. Y eso es algo que no pueden dejar pasar.
 
Por otro lado, se defiende también lo que les es querido, humillar al gigante americano. Y cuanto más, mejor. Vietnam llevó a un Carter apocado y blandengue en la arena internacional y se supone –es lo que desean fervientemente– que un nuevo Vietnam, con desierto en lugar de jungla esta vez, acabará con lo que más odian, un presidente americano republicano y sureño. Aún peor, con una decidida voluntad de cambiar el mundo.
 
Y, desde luego, con sus trabas y constantes llamamientos al regreso de las tropas de la coalición internacional, se lo están poniendo más difícil a un Bush metido en año electoral. Pero para la izquierda de eso se trata y poco importa el sufrimiento del pueblo iraquí. Ahora, deberían recordar –o aprender aunque les cueste– que cuando en Washington ha habido confusión en lugar de liderazgo, retraimiento en lugar de activismo, desprecio en lugar de compromiso, al mundo, incluida Europa, le ha ido mucho peor. Baste recordar la década de los 90 y el horror en los Balcanes, simplemente porque en ambos lados del Atlántico se decidió que había llegado la hora de Europa. Y, como sabemos dramáticamente, no había llegado.
 
El curso que plantea la izquierda europea y española es suicida. Poner límites a la política de Bush, como dicen que quieren, es, en realidad, limitar a América y, todavía peor, si además se logra mediante la humillación, amenazaría con generar un vuelco hacia el aislacionismo norteamericano cuyas consecuencias pagaríamos muy caras. Demasiado caras.
 
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos.
 

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