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La noche del dictador viviente

Un régimen en descomposición pretendió mostrar la vitalidad recobrada del dictador. Pero lo que logró fue todo lo contrario; mostró a un viejo moribundo, manejado como un muñeco por los suyos, incapaz de regirse a sí mismo.

Todos los regímenes totalitarios tienen un problema político y práctico; volcados sobre sí mismos, borrachos de poder, son incapaces de ver más allá de sus propias ilusiones. Su ideología les impide ver la realidad. Su prepotencia les invita a despreciarla. Incapaces de soportar ninguna voz discrepante, acaban confundiendo su opinión con la verdad, pretendiendo que los demás la acojan sin reservas.

Es el caso del régimen que desangra Cuba desde hace decenios. Acostumbrado a someter implacablemente al pueblo cubano con un soplón en cada esquina, desprecia la capacidad de los cubanos de ver más allá de lo que les cuenta. Y acostumbrado también a la fascinación europea por su burdel-revolución, desprecia a la opinión pública extranjera a la que manipula a su antojo. A unos y otros ha engañado, y a unos y otros cree poder engañar eternamente.

Así de ensimismado, el régimen pretendió un nuevo golpe de efecto hace unos días mostrando a Fidel Castro en pie, haciendo gimnasia y bromeando ante las cámaras de televisión. El régimen lo publicitó como la demostración de que el dictador se encuentra vivo, con la intención de desmentir los rumores de su muerte. Le pusieron su mejor chándal, lo maquillaron y lo pasearon ante los focos de las cámaras. El dictador paseó, hizo ejercicios y leyó la prensa antes de lanzar sus arengas revolucionarias.

Pero lo que tanto el pueblo cubano como la opinión pública extranjera mostraron, fue a un anciano renqueante, demacrado, avanzando a traspiés por el pasillo, con la mirada desviada y perdida. Los estudiados movimientos gimnásticos del dictador daban una imagen grotesca, pues el anciano ni llegaba ni podía llegar a ellos. Desdentado, aún lanzó un grito revolucionario, que probablemente dolió más a sus partidarios que a sus detractores. Rehén de los suyos, mostró precisamente lo que quería esconder; la cercanía de la muerte.

Un régimen en descomposición pretendió mostrar la vitalidad recobrada del dictador. Pero lo que logró fue todo lo contrario; mostró a un viejo moribundo, manejado como un muñeco por los suyos, incapaz de regirse a sí mismo. Es la imagen de una dictadura que se pudre poco a poco, que es ya incapaz siquiera de las hábiles maniobras de propaganda y desinformación. El pueblo cubano empieza a escapar a su control, y la habitual frivolidad occidental observa ya el desenlace de la dictadura.

La próxima Cumbre Iberoamericana mostrará ya los dictadores del futuro, aquellos que hoy visitan al enfermo como quien visita un mausoleo. También para Chávez, la imagen de Castro arrastrándose es la imagen de un régimen moribundo que se resiste a entrar en la tumba. En la noche de los muertos vivientes, Cuba se prepara en busca de su destino. Y Chávez se frota las manos; ¿a quién agasajará la izquierda europea a partir de ahora si no es a él?

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