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La venganza de los neocons

Irán está en la agenda. Siempre lo ha estado para los neocons, los únicos capaces de enarbolar honestamente la bandera de los valores de la libertad, la dignidad y la democracia

Para los americanos era una cuestión de firmeza, convicción y de una cierta visión de lo que son, lo que quieren ser y el lugar que les corresponde en el mundo. Para los timoratos europeos, las elecciones del 2 de noviembre giraban sobre la condena del intervencionismo americano en el mundo y la supremacía de la molicie y el apaciguamiento. Muchos esperaban que los neoconservadores, a quienes se culpa de la política de George W. Bush, quedaran barridos y en la cuneta de la Historia por un europeizado Kerry. No ha sido así. Los americanos, mayoritariamente y como nunca antes, han elegido a un presidente cuyas promesas giran sobre el honor y la dignidad de Estados Unidos, la victoria sobre los enemigos y el imperio de la libertad y la democracia.
 
Los americanos no han elegido a un republicano cualquiera. Han elegido a un presidente convencido de que su bienestar pasa por la liberalización económica y su seguridad por la difusión de la democracia. Y que no vacilaría en defender la primacía de América ni en el uso de la fuerza para acabar con las amenazas del mundo. Han votado, en realidad, por una agenda política neoconservadora, en lo interno y en lo internacional.
 
El primer gran test de la nueva administración va a ser Irán. En las próximas semanas, Al Baradei, si tiene tiempo entre sus filtraciones encaminadas a dañar a Bush antes de que no le renueven en el cargo, tiene que declarar el grado de cumplimiento de los ayatolás iraníes con sus compromisos internacionales de no enriquecer uranio con fines militares. Todo apunta a que dirá que Teherán no cumple. Es probable que entonces, la cuestión sea elevada a discusión al Consejo de Seguridad de la ONU. Una ONU, por cierto, no ya compuesta mayoritariamente por gobiernos tiránicos y antidemocráticos, sino trufada de funcionarios corruptos al amparo de la protección de su secretario general (desde el escándalo de la apropiación de parte de los fondos del programa petróleo por alimentos, al acoso sexual por parte de su comisario Lubbers).
 
También es imaginable que los Estados Unidos intenten poner en pie algunas medidas de presión política y diplomática en conjunción con los europeos. Pero si es verdad que los iraníes intentan aprovecharse del parón administrativo que suponen siempre las elecciones americanas y están acelerando sus programas para el enriquecimiento, tarde o temprano habrá que adoptar medidas serias y firmes hacia Irán. No necesariamente militares. Hay muchas formas de promover el cambio de régimen en ese país cuya sociedad ya experimenta fatiga por la opresión a la que se encuentra sometida.
 
Que los americanos recurran a organizaciones multinacionales para llevar adelante esta política dependerá, en gran medida, de si encuentran eco para ello en las mismas. Si la ONU vuelve a eternizarse en discusiones bizantinas e irresolutas, o si la OTAN se declara nuevamente impotente, los norteamericanos centran sus ojos en sus verdaderos aliados, aquellos capaces y disponibles para actuar junto a ellos.
 
Irán está en la agenda. Siempre lo ha estado para los neocons, los únicos capaces de enarbolar honestamente la bandera de los valores de la libertad, la dignidad y la democracia. Cuándo pasará a primer plano está por ver. Pero lo que es seguro es que va a estar. Porque los neoconservadores lejos de haber quedado derrotados, están más fuertes que nunca. Por mucho que pese a los europeos. Más Bush, más América, más imperio de la libertad.

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