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Los sensatos

Les amenazamos con sanciones si no abandonan el programa nuclear, nos responden con un corte de mangas y nosotros les contestamos que no se enfaden, que no es para tanto y que tenemos que seguir hablando.

Las culturas políticas son el resultado de la experiencia histórica. Durante décadas en Europa y Estados Unidos hemos actuado a partir de las lecciones aprendidas con el fracaso de la política de apaciguamiento. Hitler dijo, y puso por escrito, lo que pensaba y lo que quería hacer. Desde el principio sus actos apuntaban a que su comportamiento sería coherente con sus ideales. Sin embargo, los lilas de aquellos días, perdón, los sensatos, decidieron unilateralmente que era sólo retórica, que se le podía ahormar hasta trasformarlo en una figura manejable. Hitler se llevó por delante a los reaccionarios alemanes que habían tratado de jugar con él y a los pragmáticos Chamberlain, Halifax y Hoare. Aquél irresponsable juego de salón nos costó la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

Churchill había sido ridiculizado, cuando denunciaba lo que todos veían, cuando advertía de las intenciones de los nazis, recogidas en tinta impresa. Era un radical, una persona cuyo carácter altisonante le hacia impropio de Whitehall. Churchill salvó a Europa del nazismo y de los muchos lilas que en su tiempo aceptaron sensatas concesiones al totalitarismo. Tras la Segunda Guerra Mundial esa experiencia fue determinante para establecer una estrategia aliada contra la nueva amenaza totalitaria: el comunismo soviético. Con ideas claras y determinación conseguimos vencer, los muros fueron derribados y la Unión Soviética se desmoronó.

El tiempo pasa y la memoria empieza a flaquear. Hoy los europeos hemos decidido, de nuevo unilateralmente, que tenemos derecho a la paz y que, por consiguiente, nadie tiene derecho a molestarnos. La paz no es algo por lo que tenemos que luchar todos los días. No, ya no. Ahora es un derecho adquirido, como el acceso a una sanidad gratuita o las vacaciones pagadas.

Los ayatolás iraníes lo han dicho por activa y por pasiva. Lo han escrito. Lo pregonan a los cuatro vientos a través de sus medios de comunicación con presencia en todo el globo. Sus actos son acordes con sus palabras: financian el islamismo en Palestina como en Líbano y en ambos lugares violentan el marco político. Tratan de asumir el liderazgo en el Islam, que interpretan como algo contradictorio con Occidente. Son los profetas del choque de civilizaciones. Han anunciado que hay que eliminar a Israel del mapa y afirman sin pudor que el Holocausto no fue más que una campaña de marketing para potenciar los intereses judíos en el mundo. Estos días convocan en Teherán un congreso internacional de supuestos académicos para desenmascarar la gran mentira. Mientras, continúan con su programa nuclear y persiguen a aquellos que demandan irresponsablemente la democracia.

Los lilas de este mundo, en Europa y en Estados Unidos, nos dicen que la solución de los problemas de Oriente Medio pasa por que nos entendamos con los ayatolás y que forcemos a los empecinados israelíes a hacer concesiones que satisfagan las legítimas reivindicaciones palestinas. No hay como no querer ver para empezar a decir cosas sensatas. En Teherán celebran el éxito de los lilas y proclaman, con toda la razón del mundo, que Occidente es un tigre de papel. Les amenazamos con sanciones si no abandonan el programa nuclear, nos responden con un corte de mangas y nosotros les contestamos que no se enfaden, que no es para tanto y que tenemos que seguir hablando. Da igual la barbaridad que puedan decir, lo sensato es no caer en la provocación, seguir negociando y evitar la aplicación de sanciones que sólo harían más enrevesada la situación.

En cierta ocasión Sharon le recordó a Bush que Israel no era Checoslovaquia. Es posible. Allí saben que la paz con los palestinos no es sólo un problema de territorios. Que tanto los islamistas de Hamas como una parte importante del campo nacionalista nunca aceptarán la existencia de Israel. Cedan lo que cedan continuarán sufriendo la violencia. De lo que no hay duda es de que, tanto en Europa como en Estados Unidos, los discípulos de Chamberlain campan confiados por sus respetos, dan involuntariamente alas a los extremistas y nos abocan a un desastre.

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