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María Teresa, la africana

Yahya, además, asegura tener el tratamiento para curar el sida en tres días y ha prohibido la entrada en el país de homosexuales extranjeros a los que ha amenazado con cortarles la cabeza.

María Teresa Fernández de la Vega ha viajado de nuevo a África para dejar claro a su electorado que no hay quien le gane al Gobierno de Zapatero en solidaridad, generosidad y compromiso con los que más sufren en el mundo. No hay nada mejor que el colorido y el folclore africano para suplir el vacío, la debilidad e inconsistencia de una diplomacia abocada a comprar los taburetes en las cumbres del G-20 a quienes, como Sarkozy, ven en los apuros de Zapatero la gran oportunidad de aliviar en su casa los efectos de la crisis internacional; todo ello a costa de los miles de puestos de trabajo de los españoles cuyo sueldo depende de esa división de Airbús que, si Dios no lo remedia, acabará siendo trasplantada de Getafe a Toulouse.

La rentabilidad de las giras africanas está asegurada: por poco que se haga o se diga, no hay forma de que pasen desapercibidas esas imágenes enternecedoras de la vicepresidenta repartiendo esperanza y fraternidad con los que más sufren el azote de la pobreza extrema. Lo de que una imagen vale más que mil palabras tiene un destacado valor en política, especialmente cuando se trata de simular una acción que, más que los intereses españoles, está encaminada a asegurar los votos para el partido de quienes están dispuestos a creer que el buenismo diplomático de Zapatero ha inaugurado realmente una nueva forma de abrirse paso en las relaciones internacionales.

Con su viaje a Liberia la vicepresidenta ha matado dos pájaros de un tiro: por un lado ha sabido dar su toque especial a celebración del 8 de marzo, día Internacional de la Mujer, desviando la atención de la pobreza visual de la manifa –con no demasiadas mujeres– encabezada por Leire Pajín y Zerolo; no hay color frente a los vídeos de María Teresa bajo una cabaña con sabor rústico confraternizando con la imponente presidenta liberiana Ellen Jonson-Sirleaf. Por el otro, ha aprovechado que en Monrovia se celebraba un coloquio internacional ("Empoderamiento de la Mujer, Desarrollo del Liderazgo, Paz y Seguridad Internacional" era su título) para abrir un nuevo frente de la diplomacia por un mundo mejor de Zapatero que convertirá, "la igualdad y muy en especial la lucha contra la violencia de género", en una de las prioridades de España cuando en 2010 asuma la presidencia de turno en la Unión Europea.

Lo de María Teresa de la Vega nada tiene que ver con esa excursión turística que su colega de Fomento se ha marcado con el pretexto de estudiar la gestión de la nieve por el transiberiano. Marcando distancias, en esta nueva gira africana de la vicepresidenta –y a diferencia de la del pasado año a Níger–, ha habido alusión a lo mucho que el continente africano necesita que se mejore el respeto a los derechos humanos. Lo tenía muy fácil en Liberia, donde la presidenta Ellen Johnson-Sirleaf –gracias a su valía y también al apoyo del ex presidente Bush–, se ha convertido en la primera mujer al frente de un estado africano y, lo más importante, en un ejemplo de que la democracia, la reconciliación y la batalla contra la corrupción todavía es posible en África, incluso en un país como Liberia, especialmente desgarrado, económica y moralmente, por 14 años de guerra civil.

Era lo menos que podía hacer en un evento en el que su promesa de que España se batirá para que la Unión Europea ponga en marcha una "política común" en materia de igualdad y derechos de la mujer con fuerte acento en el caso de la mujer africana, se hiciese en el marco de unas reuniones en las que sus colegas occidentales se ha comprometido a llevar a la próxima cumbre del G-20 del próximo 2 de abril un plan de acción que pide ayudas económicas y políticas de apoyo al papel de la mujer en la resolución de los conflictos africanos. Entre sus puntos se llama a la aplicación de la resolución 1.820 de la ONU que considera la violencia sexual de la que son víctimas las mujeres en los conflictos armados como una "guerra táctica".

Más osado era hacerlo en Gambia, donde De la Vega finalizó su periplo y donde el Gobierno de Zapatero ha aumentado la cooperación al desarrollo –cuatro millones de euros– a cambio de que la dictadura que lo dirige frene el tráfico de pateras que desde sus playas lanzan a las islas Canarias a miles de emigrantes ilegales. Allí gobierna desde 1994 Yahya Jammeh, uno de esos dictadores que hacen causa común con los Mugabe y los Obiang porque también son de los que se hacen con el poder con un golpe de Estado y luego maquillan su tiranía con unas elecciones amañadas.

A estos tipos no les suele hacer mucha gracia la crítica por muy constructiva y educada que sea. Acaba de meter en la cárcel a uno de sus principales opositores por denunciar una oleada de detenciones y torturas que el régimen está llevando a cabo con el pretexto de descubrir los responsables de una trama de brujería que, con sus pociones, sería la responsable del declive de la pesca en las costas gambianas. En febrero condenó a un año de cárcel a un misionero británico y a su esposa por publicar artículos desafectos al presidente. Tiene un escuadrón de la muerte que le libra de elementos incómodos por la vía expeditiva, cuyos más destacados miembros murieron en circunstancias misteriosas, que han avivado la rumurología sobre una posible maniobra para borrar pistas que pueden llevar al dictador ante un tribunal internacional. Yahya, además, asegura tener el tratamiento para curar el sida en tres días y ha prohibido la entrada en el país de homosexuales extranjeros a los que ha amenazado con cortar la cabeza porque considera que son sucios individuos cuya inmoralidad no hace juego con un país de creyentes musulmanes como el suyo.

El dictador tendrá que ser comprensivo a la vista del negocio que le abre la perspectiva de nuevas ayudas a cambio de la cooperación en el control de los inmigrantes y, cuando esta falle, en la dócil readmisión de los compatriotas que le devuelven desde España. Eso sí, la vice le dio un discreto toque: "Nuestra decisión es abrir el diálogo sobre los derechos humanos con todos los países que sean necesarios, también en Gambia", dijo. Tiene que comprender que era lo menos que podía hacer una destacada dirigente del Gobierno de Zapatero. De lo contrario, los colectivos de gays y lesbianas nunca se lo hubiesen perdonado.

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