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Marruecos en la encrucijada

Le guste o no al actual rey, la fórmula institucional que heredó de su padre está agotada. Es una demanda de laicos, liberales, tradicionalistas e islamistas. Es cuestión de tiempo.

Desde que arrancaran en el mundo árabe los "viernes de rabia", el Reino de Marruecos ha estado experimentando cómo diluir las manifestaciones que cada domingo se han ido sucediendo, cada vez en más lugares y, sobre todo, con más participantes. A los jóvenes que arrancaron con las protestas, se les han ido sumando empresarios, parados, islamistas y liberales laicos en una amalgama táctica que, como decimos, no deja de crecer y extenderse. Este pasado domingo, en Safi, a pocos kilómetros de la capítula, unos 40.000 manifestantes reclamaban justicia ante la muerte a manos de la policía, el pasado 29 de mayo, del activista islamista Kamal Amari.

La fórmula empleada por el rey Mohamed VI para intentar controlar las protestas consiste en una mezcla de tímida apertura y represión no descarnadamente brutal. Así, por ejemplo, el rey quiso ofrecer una cara más moderna y ofreció compartir parte de sus poderes a través de una reforma constitucional, aunque la comisión encargada de elaborar dicha reforma fuese nombrada institucionalmente y respondiera a sus deseos de cuanta menos apertura, mejor. Sus trabajos deberían hacerse públicos a finales de mes, pero nadie confía en que satisfagan ni a unos ni a otros.

Ante el temor de lo inevitable, las monarquías tradicionalistas del Golfo han invitado tanto a Jordania como a Marruecos a integrarse en su particular club, el Consejo de Cooperación del Golfo, órgano gestor de su seguridad. La invitación podría resultar atractiva como garante de ayuda frente a la inestabilidad, pues con la arribada de grandes sumas de dinero en forma de ayuda, se podrían comprar, al menos temporalmente, muchas voluntades. Pero, al mismo tiempo, supondría una apuesta clara por la involución. Nadie en el CCG, empezando por Arabia Saudí quiere hablar de apertura y modernidad, todo lo contrario. De ahí el dilema del rey de Marruecos: si desoye la invitación, se queda solo ante el peligro; si la acepta, se vuelve contra las masas que le exigen mayores cambios.

No es baladí la respuesta que acabe dando. Hasta la fecha, la monarquía no ha sido puesta en cuestión por las protestas. Pero eso puede muy bien que deje de ser así muy pronto. Y no es porque ya se comente, por ejemplo, algunos aspectos de la vida del rey con más o menos asiduidad, como todo lo tocante a su supuesta homosexualidad, sino, sobre todo, el rechazo de los islamistas a aceptar que siga ejerciendo de comendador de los creyentes en el próximo texto constitucional y, por otro lado, las crecientes críticas de empresarios al enorme poseo que la casa real tiene en la economía. El hecho de que Mohamed VI se esté enclaustrando en un cada vez más reducido círculo de amigos para gobernar, no es buena señal.

Le guste o no al actual rey, la fórmula institucional que heredó de su padre está agotada. Es una demanda de laicos, liberales, tradicionalistas e islamistas. Es cuestión de tiempo. ¿Cuánto? Dependerá de lo inteligente que sea en la gestión de un régimen a otro. Si se bunqueriza, sus días serán más cortos. Si se abre y permite una progresiva modernización política, económica y social, sus días estarán contados también, pero serán más largos.

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