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No es una crisis cualquiera

La vieja organización, creada para defender a Europa, y que sólo hace un par de años aspiraba a convertirse en global, pierde presencia, prestigio y apoyos.

A medida que se acerca la próxima cumbre de la OTAN en Chicago, a la organización se le acumulan los problemas. El último ha sido un informe del Consejo de Europa en el que se acusa a los aliados de no reaccionar a la petición de ayuda lanzada por los centros de rescate marítimo maltés e italiano ante el avistamiento de una embarcación que partió de Trípoli durante la guerra en Libia. Aunque aún queda por atar cabos, como saber si los barcos que supuestamente no acudieron en auxilio estaban bajo mando nacional o de la OTAN, ha sido un duro revés para la Alianza.

A la organización aún no le había dado tiempo a reaccionar a los malintencionados comentarios sobre la relación entre el golpe de Estado en Mali a finales de marzo, y los efectos de la intervención aliada en Libia. Afirmaciones que subrayaban el desparrame de un enorme arsenal de armas y de mercenarios a lo largo de todo el Sahel, parte de los cuales han protagonizado el derrocamiento del presidente malí. Ésta no es la única polémica sobre la operación libia: su comienzo fue discutido, su desarrollo desigual, y su final controvertido. Además, dejó en evidencia las limitadas capacidades de los aliados europeos, mostrando en ocasiones una imagen de la OTAN de debilidad y no de fortaleza. Tuvieron que ser los norteamericanos quienes sacaran a la organización del atolladero después de que los europeos trataran de liderar las operaciones de combate sin drones, sin reconocimiento, sin reportaje en vuelo y sin inteligencia.

Son las carencias de capacidades otro de los principales puntos negros de la Alianza que la persigue desde hace demasiados años. A él se unen los ínfimos presupuestos que sufren como nadie la crisis financiera. De nada han servido los esfuerzos e iniciativas de los últimos años que nunca cuajaron, ya sea por falta de voluntad política, de compromiso, o simplemente por las distintas visiones de las amenazas entre los aliados.

Sin dejar de lado el atolladero de Afganistán, no hay que olvidar tampoco la reafirmación de que hoy en día son los Estados y no las organizaciones las que vuelven con más fuerza a ser los principales actores estratégicos. Libia es un ejemplo, y la "entente frugale" entre el Reino Unido y Francia otro. Además de sumar el creciente desapego de Estados Unidos de Europa, que próximamente asistirá la vuelta a casa de dos de las cuatro brigadas norteamericanas desplegadas en el viejo continente. Washington ya ha dejado claro que aspira a ser el garante de la seguridad en el Pacífico y que sus intereses están en Asia, una región cuyos presupuestos de defensa superarán por primera vez en la historia moderna al gasto militar europeo, según el Military Balance del IISS.

No estamos ante una crisis cualquiera. La vieja organización, creada para defender a Europa, y que sólo hace un par de años aspiraba a convertirse en global, pierde presencia, prestigio y apoyos. 

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