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Obama, el mundo y Europa

Para Obama, la escapada europea ha sido la oportunidad de dar otro golpe de timón a su política exterior, unos pocos días después del discurso en el que abordó los grandes cambios en curso en el mundo árabo-islámico.

Obama ha estado toda la semana pasada en Europa, pero a lo que venía era a la cita anual del G-8 en Francia. El que la visita a tres países haya tenido mayor eco informativo que la reunión es un índice de las escasas expectativas que suscita el grupo de los ocho países más industrializados, que dejaron de ser las siete democracias más ricas cuando admitieron a Rusia; número 11 en PIB y mucho más atrás en renta per cápita y desarrollo democrático. Además, los máximos representantes de la Unión Europea son también invitados regulares.

Más valen las bajas expectativas para evitar decepciones. Nos quedamos con que tiene su importancia que los líderes de los países más influyentes se vean y hablen, y poco más. Lograron titulares en toda la prensa con la bonita suma de 40.000 millones de dólares para apuntalar las supuestas revoluciones democráticas árabes, sobre todo las de los iniciadores, Túnez y Egipto. El desglose y el detalle es mucho menos ilusionante. Sólo esperanzas: que los bancos internacionales de desarrollo aporten 20.000 en los tres próximos años. Sarkozy dijo que otros diez vendrían de los miembros del grupo en forma de ayudas bilaterales y que los diez restantes los han ofrecido Qatar, Kuwait y los saudíes. Pero nada en negro sobre blanco. Nada tampoco sobre los angustiosos problemas financieros en la zona del euro, que amenazan la economía mundial. A pesar de lo cual, la pretensión de que el nuevo G-20, que incluye a los grandes del resto del mundo, ha desplazado en efectividad e importancia al G-8 es pura fantasía. A lo sumo es igual de inútil y el peso mundial del más antiguo y restringido grupo sigue siendo mucho mayor que el de los doce que se le suman en el más reciente y numeroso, contando con el peso pesado chino.

Para Obama, la escapada europea ha sido la oportunidad de dar otro golpe de timón a su política exterior, unos pocos días después del discurso en el que abordó los grandes cambios en curso en el mundo árabo-islámico. Toda su experiencia vital y formativa es completamente ajena a los vínculos trasatlánticos –dominantes durante toda la guerra fría– y ha hecho honor a esa carencia mostrando poco interés por los aliados europeos, sólo importantes para arrimar el hombro en Afganistán: pero no hasta el punto de tratar de vencer la renuencia militar del viejo continente con las habituales presiones y halagos de otras épocas. Y todo ello a pesar de seguir teniendo aquí la mayor reserva de devoción obámica, de retroceso hasta entre sus votantes. Obama ha podido volver a darse un baño de multitud en Irlanda y ha disfrutado de una cariñosa recepción oficial en el Reino Unido, donde ha reafirmado la special relationship por la que no había mostrado gran interés hasta ahora.

La esperanza es que el viaje haya supuesto un "reinicio" en la relación trasatlántica, más serio que el muy cacareado respecto a Moscú. Los polacos y otros muchos europeos orientales han buscado que la visita a Varsovia signifique un antídoto de las concesiones hechas al gran hermano eslavo.

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