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Obama en caída libre

Obama no está participando en la campaña porque ningún candidato lo quiere a su lado.

Los veranos le sientan mal a Obama. A lo largo del pasado perdió casi todo el excedente de popularidad sobre su votación, que había llegado en pocas semanas a ser de 12 puntos, del 52,5% al 65,1%. Lo que mantuvo siguió perdiéndolo mucho más lentamente en los meses posteriores. Este verano, con el acervo de leyes importantes y gravosísimas en términos de déficit presupuestario federal, le ha significado un nuevo gran bache. El rechazo ha subido hasta el fatídico 50% y la aceptación ronda el 45. Ya nadie espera una recuperación, casi, ni siquiera, una detención del gradual desplome.

Con vistas a las elecciones del medio mandato, los demócratas se aferran a lo que suponen incompetencia republicana. Citan casos de candidatos pintorescos, que también existen en su propio bando, y la falta de un programa coherente, lo que es muy cierto pero que hasta ahora no ha representado un obstáculo. Frente al derroche de dinero a cuenta del futuro en que ha consistido el método Obama de lucha contra la crisis, y la costosísima reforma de la sanidad con clara deriva hacia los brazos del Estado, a financiar, igualmente, con fuertes incrementos fiscales y máquina de imprimir billetes, los republicanos han sido, casi como un solo hombre, el partido del no. Excepcional por la debilidad estructural interna y la escasa disciplina de los vetustos partidos americanos. Pero ha funcionado a las mil maravillas. Todas las encuestas les dan las de ganar e incluso han remontado el más persistente y adverso de los índices políticos, el del llamado voto genérico: aunque tema por tema en las cámaras y candidato por candidato en cada elección particular quedasen por delante de sus rivales, en los índices de aceptación global, partido contra partido, los republicanos iban muy a la zaga de los demócratas. Hasta eso ha cambiado, y ya les llevan 4,5 puntos porcentuales de ventaja.

Para los radicales de izquierda el problema reside en que a Obama le ha faltado decisión, se ha queda corto. Más dinero para el "estímulo" a la economía, más control del Estado sobre el descomunal sector de la sanidad. Irritar todavía más al electorado hubiera sido la solución.

Pero al margen de la crisis y de las pródigas políticas para combatirla, que el americano medio considera contraproducentes para hoy y una aplastante losa fiscal para el futuro, así como un déficit equivalente a una bomba de relojería, lo que Obama ha perdido de manera irreparable es la magia que enardeció a sus partidarios, creyentes habría que decir, durante la campaña del 2008. Salvo para el electorado negro, el carisma se ha esfumado. Ya nadie espera de él milagros políticos. Lo curioso es que todos los analistas, pro y contra, coinciden en un mismo perfil de personalidad: frío, cerebral, bueno como explicador, inútil conectando con los sentimientos de la gente. Curioso porque eso es precisamente lo que consideraríamos como una carencia de carisma. Pero las expectativas de sus electores, infladas por el mito creado por la gran prensa, alentaron la ilusión que ahora se ha venido abajo sin posibilidades de recuperación.

Obama no está participando en la campaña porque ningún candidato lo quiere a su lado. Para los que se vuelven a presentar, haber votado por las políticas de Obama resulta una pesada carga de la que tratan de distanciarse. Pero no hay escapatoria posible. A dos meses y medio de la elección es casi seguro que los republicanos recuperarán la Cámara de Representantes y pueden estar muy cerca de hacer lo mismo con el Senado.

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