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Pakistán también importa

Pakistán necesita también una estrategia para combatir a los talibanes paquistaníes, que envalentonados afirman que están listos para tomar el control de las fuerzas armadas del país.

Si ya es difícil establecer una estrategia de victoria para Afganistán, qué duda cabe que aún más complicado es perseguir una estrategia para la estabilidad de toda la región que incluya a Pakistán, un país importante que cuenta con 180 millones de musulmanes, con armas nucleares, y comparte información de inteligencia sobre la ubicación de los santuarios de los terroristas culpables de los ataques a la OTAN en Afganistán. A pesar de algunos intentos de impulsar una estrategia regional, aún no ha habido avances significativos.

Si Kabul anda estos días enredado con la constatación del fraude electoral y la celebración de una segunda vuelta, Islamabad está inmerso en una ofensiva en Waziristán del Sur, principal bastión del Movimiento de los talibanes del Pakistán. Desde la muerte de su líder por un misil estadounidense y después de varias operaciones militares contra sus bases por parte del ejército pakistaní, los talibanes pakistaníes han demostrado una renovada fortaleza que ha culminado con una ola de atentados por todo el país, cobrándose la vida de más de un centenar de personas en doce días. Una ofensiva coronada por un sorprendente ataque al cuartel general del ejército en Rawalpindi que resultó extremadamente embarazoso para las fuerzas armadas, y que a cambio ha servido para dar impulso a una nueva ofensiva en Waziristán del Sur, anunciada hace algún tiempo.

Aunque parezca que con esta nueva acometida el ejército pakistaní se muestra más firme en atacar a los talibanes –como le ha pedido Estados Unidos en más de una ocasión– realmente no se ha producido un verdadero cambio estratégico en las filas pakistaníes para enfrentarse a los talibanes y a Al Qaeda en las áreas tribales fronterizas con Afganistán. La última campaña en Waziristán del Sur resulta más bien un ejemplo de la desconexión entre los militares pakistaníes y un novato Gobierno, formado por una débil coalición de partidos oportunistas, que ha cedido al ejército la responsabilidad de organizar las campañas contras los terroristas. Con la cesión de autoridad estratégica a las fuerzas armadas, y por lo tanto sin un liderazgo civil, ninguna estrategia militar tendrá éxito.

Además, la nueva campaña en Waziristán pone en entredicho el anunciado éxito de las anteriores ofensivas lanzadas en el Valle del Swat también contra los talibanes. El ejército no estuvo dispuesto a desplegarse con todas sus fuerzas en las anárquicas regiones tribales a lo largo de la frontera y no impidió que los extremistas se reagrupasen, como así ha sido.

Pakistán necesita también una estrategia para combatir a los talibanes paquistaníes, que envalentonados afirman que están listos para tomar el control de las fuerzas armadas del país. Un plan que busque la estabilidad regional porque los terroristas no sólo están luchando contra Islamabad sino que también golpean a los militares aliados en Afganistán. Sin embargo, los problemas entre militares y civiles de Pakistán son una interferencia más de cara a definir una nueva estrategia en Afganistán y Pakistán.

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