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Porvernir sin Ben Laden

Mucho más daño puede hacerle la primavera árabe en sobresaltado curso, que ha demostrado que lo que él se proponía –derribar apostáticos gobiernos árabes– se puede hacer sin sus métodos.

A cada cerdo le llega su San Martín. Y mucho que tardó en llegarle, lo que demuestra que puede ser más fácil esconderse que buscar cuando los locales te protegen. Pero tenía que suceder, a no ser que antes muriera de gripe. A Zawahiri, Awlaki y otros les espera el mismo destino, si Estados Unidos persiste y los demás no le ponemos demasiadas zancadillas. Mientras tanto, la muerte del feroz guerrero ha desencadenado una explosión de literatura profética sobre lo que nos espera sin él, en la que todas las opiniones y sus diametralmente opuestas han encontrado cómodamente su puesto. Así es el tema y así son sus expertos. No vamos a ser menos.

Todo gira en torno al impacto real de lo simbólico o icónico –como prefieren decir los americanos–, pues uno de los pocos puntos de acuerdo entre la pléyade de autograduados expertos en lo enigmático e impenetrable es que a eso había quedado reducido Ben Laden, acuerdo que quiebra estrepitosamente en cuanto a cuán central es Al Qaeda Central en el conjunto del movimiento. A favor de los que creen en la transcendencia de lo sucedido en Abottabad, el tesoro de documentos allí capturados –el más grande jamás obtenido sobre la organización, a decir de los alborozados espías americanos– demuestra que el icono en cuestión estaba bastante menos aislado de lo que se pensaba, a través de la mensajería de los dos hermanos cuyas familias vivían con la suya. De ahí a concluir que su mando era efectivo y de que estaba perfectamente informado de todo lo que pasaba... quedan muchas memorias informáticas por examinar.

Los yihadistas de todo pelaje están comprensiblemente abatidos y furiosos. Por furia tratarán de cumplir sus solemnes promesas de venganza, pero ese es su negocio de todos los días y si no hacen más no es por falta de entusiasmo, sino porque ya están a tope. Cualquier próxima acción la presentarán como revancha, pero es poco creíble. El abatimiento es pasajero y no van a tirar la toalla. También el Profeta murió y ahí están los suyos, catorce siglos después, caso que no tiene nada de único. La rabia yihadista existía ya antes de que el árabe fundara la organización. Fue su causa, no su efecto. Mucho más daño puede hacerle la primavera árabe en sobresaltado curso, que ha demostrado que lo que él se proponía –derribar apostáticos gobiernos árabes– se puede hacer sin sus métodos y en contra de los mismos, y sin el desvío estratégico de atacar primero a Occidente para expulsar su corruptora influencia de las tierras islámicas.

Otro punto de acuerdo es que lo importante es Pakistán. En muchos aspectos sigue siendo el país más peligroso del mundo. La palmaria y justificadísima violación de su endeble y tramposa soberanía exacerba las siempre bulliciosas tensiones. Puede ir a peor y puede ser una oportunidad de apretarle las tuercas a sus prepotentes militares y a su traidor servicio de inteligencia. Lo más probable es que las turbulencias amainen hasta los niveles habituales y el insoslayable equilibrio de atracción-repulsión se mantenga como exigencia de la mutua necesidad.

En cuanto a Afganistán, los insurgentes islamistas echarán una lagrimita por el carismático, pero no dependían de él en casi nada. No regalarles el país sigue siendo igual de importante por exactamente las mismas razones que antes, que no dependen de una persona.

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