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¿Qué hacer con Putin?

Rusia es demasiado importante como para abandonarla al autoritarismo. Su prosperidad no garantiza automáticamente su democratización. Pero la presión internacional puede favorecerla

Puede que nadie lo recuerde, pero Rusia sigue siendo un país capaz de destruir el mundo que conocemos gracias al arsenal nuclear que todavía posee. Paralelamente, la Rusia de Putin se está escorando significativamente hacia un régimen autoritario. Es verdad que el líder ruso explica su actuación de los últimos meses (desde el asalto a la petrolera Yukos al cierre de prensa crítica con su política, pasando por la suspensión de la elección directa de los gobernadores de provincias) como una necesidad. Según su visión, el estado ruso había ido difuminándose respecto a las provincias y repúblicas y se habría hecho necesario una concentración de poder –una renacionalización– venciendo la resistencia de quienes prefieren que no haya una autoridad fuerte central en Moscú. Puede que en parte Vladimir Putin tenga razón, pero no es menos cierto que la democracia en Rusia, hoy, está en franca retirada.
 
Frente a esta situación han surgido voces muy críticas hacia la actuación del presidente ruso, dentro y fuera de su país. Pero no todos piensan de igual manera. En Europa, por lo general, se acepta con mayor o menor entusiasmo, el liderazgo de Putin, independientemente de los aspectos autoritarios que está claramente desarrollando. Los franceses, por un lado, ven en él a un aliado en su gran estrategia antiamericana; otros, simplemente creen que una Rusia débil puede ser pasto del caos y ese sería un escenario muy problemático para la estabilidad de todo el continente. Prefieren un hombre fuerte al riesgo de la libertad.
 
En Estados Unidos también hay quien piensa que es mejor Putin al riesgo de la desintegración de Rusia y, en buena medida, el departamento de Estado ha venido adoptando una postura relativamente crítica en sus manifestaciones hacia la evolución rusa, pero al mismo tiempo ansiosa de buscar puntos de encuentro y acuerdos con los dirigentes del Kremlin. Por ejemplo, en el terreno del desarme nuclear.
 
Pero para ser auténticamente coherentes, los americanos deberían trasponer el discurso del presidente, esto es, el discurso de la libertad, del Oriente Medio a Rusia. El presidente Bush ha dicho en público que en su encuentro con Putin quería hablar de dos cosas, de su estilo de toma de decisiones y del necesario respeto a las libertades, primero, y, segundo, de Irán, donde Rusia tenía que dejar de ayudar a Teherán en su proyecto nuclear.
 
Que un acuerdo sobre desarme nuclear sea alcanzable no debería obviar la necesidad de que la máxima autoridad americana hiciera una declaración formal denunciando la deriva autoritaria de Moscú y reafirmando el compromiso con una Rusia plenamente democrática, estable, que respete la libertad de prensa, los derechos de la persona, la separación de poderes. Una Rusia que debe jugar un papel preponderante y servir de factor de estabilización en Eurasia y una Rusia que puede y debe contribuir a la lucha contra el terror islámico.
 
Rusia puede muy bien que sea hoy más importante para los Estados Unidos que lo que somos los europeos –por no hablar de la España de ZP–, pero eso no debe relegar, en un viejo sentido realista de la política internacional, el discurso de afianzamiento de la libertad y de la democracia que Washington está llevando a otras regiones del mundo. Rusia es demasiado importante como para abandonarla al autoritarismo. Su prosperidad no garantiza automáticamente su democratización. Pero la presión internacional puede favorecerla.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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