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¿Quién es el enemigo?

lo más importante es entender que estamos ante una amenaza existencial, porque amenaza nuestra propia supervivencia, y ante una amenaza global

Una condición esencial para poder vencer una guerra es conocer quién es tu enemigo. Esa es precisamente una de las grandes dificultades que tiene la lucha actual contra el terrorismo, la complejidad que tiene poder definir con precisión a quién nos enfrentamos. El último ejemplo de esta controversia nos lo ha proporcionado ayer el ex presidente del Gobierno, Felipe González, al afirmar que debe hablarse de terrorismo internacional, sin añadir ninguna otra connotación religiosa. Esta prevención muestra un complejo histórico de la izquierda para definir las cosas por su nombre.
 
En todo caso, el ex líder socialista se encuadra así entre los que consideran que el enemigo actual es un concepto tan abstracto como el de terrorismo, sin que podamos mencionar quién está detrás. Pero para la mayoría de los expertos es el terrorismo es más un medio, un instrumento o una táctica que emplean determinados grupos para imponer su voluntad que un sujeto en si mismo. El verdadero enemigo sería quién lo utiliza, no el arma en si misma.
 
En esta línea, el presidente Bush, en su último discurso sobre la seguridad global no mencionó ya la guerra contra el terrorismo como eje de su política de seguridad, sino que se refirió a la necesidad de combatir al extremismo islamista. Para la actual administración norteamericana parece que es esa ideología del odio, amparada en una manipulación de los sentimientos religiosos de muchos musulmanes, el enemigo que debe ser destruido. Aunque pudiera parecer que los extremistas podrían ser muchos más que los extremistas, en realidad Bush empleo ese término con un carácter más restrictito.
 
No obstante estas innovaciones, el término de terrorismo islamista sigue siendo el más utilizado para definir lo que todos sabemos que es, porque lo vimos con absoluta nitidez en los atentados de Nueva York, de Madrid o más recientemente de Londres, pero que no resulta tan fácil describir. La diferencia entre islamista e islámico trata de diferenciar a los practicantes del Islam, muchos de ellos ajenos al terrorismo, de los radicales islamistas que convierten la religión en un arma.
 
Desde un punto de vista estrictamente académico, probablemente sería más correcto hablar del terrorismo yihadista, es decir aquellos islamistas que no son solo radicales, sino que han optado por declarar la “guerra santa” tanto a los regímenes que consideran apostatas por no seguir con fidelidad el Islam, como a los infieles, es decir las democracias occidentales, que se alían con estos regímenes corruptos para oprimir a la comunidad musulmana en todo el mundo.
 
Finalmente, hay quien prefiere hablar únicamente de Al Queda. Es cierto que Ben Laden ha logrado imponer su marca en todo el entramado terrorista yihadista, pero también es cierto que hay grupos y movimientos que no se han integrado en la internacional terrorista fundada por el saudí. Limitar por tanto el fenómeno a una sola organización es en realidad reducir en buena medida la naturaleza de la amenaza.
 
En sentido totalmente inverso hay quine piensa que el enemigo es el Islam en su conjunto, al tratarse de una religión que lleva impresa en su origen el germen del odio y de la guerra a nuestra civilización cristiana. Es posible que haya un fondo de razón en esta teoría de la incompatibilidad entre Islam y modernidad, pero declarar enemigos a más de 400 millones de musulmanes por el mero hecho de serlos no parece un acierto estratégico.
 
Como puede verse hay múltiples discrepancias en el mundo occidental entre académicos y políticos sobre la definición del enemigo al que todos nos enfrentamos. En todo caso, lo más importante es entender que estamos ante una amenaza existencial, porque amenaza nuestra propia supervivencia, y ante una amenaza global. Mientras no comprendamos que al yihadismo, como en el caso español a ETA, se le debe combatir en todos sus frentes: en el político, social, económico, ideológico y mediático, y no sólo en el frente de sus células armadas, será muy difícil, sino imposible, que podamos vencerlo.

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