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Radares y petroleros

El coste político de estos contratos puede ser, sin embargo, inmenso

Muchos de los que se han hecho fotos con Chávez durante su estrambótica visita a España corren el riesgo de tener más o menos pronto que arrepentirse de esas imágenes. El líder bolivariano no es sólo un peligro para la democracia en su país, dados sus antecedentes y su discurso revolucionario, sino que puede terminar convirtiéndose en un factor de desestabilización en todo América del Sur.
 
La visita ha servido en todo caso para dos cosas. En primer lugar, para acentuar el giro de la diplomacia española desde nuestro anclaje occidental a una confusa posición de no alineamiento. El entusiasmo con el que el caudillo venezolano se ha unido a la Alianza de Civilizaciones zapateril hace albergar los peores presagios sobre el contenido real de esa propuesta.
 
En segundo lugar, Chávez ha venido dispuesto a sellar la alianza política con Zapatero con un buen puñado de petrodólares. Por un lado, parece que INDRA verá desbloqueada la venta de unos radares de defensa aérea que Chávez tenía bloqueada en represalia por la hostilidad de Aznar a su régimen. No es una gran cantidad de dinero, pero es un buen negocio para la empresa de electrónica española. Además, el dadivoso líder bolivariano ha prometido dar carga de trabajo a los astilleros de IZAR, algo que en términos políticos resulta de mucho más valor para Zapatero en estos momentos.
 
El coste político de estos contratos puede ser, sin embargo, inmenso. Las genuflexiones ante Chávez, patético el paseo por Toledo con el ministro Bono compitiendo el español en populismo con el bolivariano, puede pagarlas este Gobierno con un altísimo interés. Primero, porque el personaje es tan poco de fiar que puede terminar convirtiéndose en un proscrito de la comunidad internacional más pronto que tarde. Segundo, porque esta intimidad con el caudillo acarrea un coste de oportunidad elevadísimo en nuestras relaciones con Colombia, un país de gran interés político y económico para España, presidido además por un político, Álvaro Uribe, infinitamente más sensato y democrático que el coronel venezolano. En tercer lugar, pero no menos importante, porque lo peor que podría hacer la diplomacia española para recomponer sus deterioradas relaciones con Estados Unidos es buscar la alianza con el personaje que más inquieta a Washington al sur de Río Grande. El desencuentro de este Gobierno con Estados Unidos está pasando así de lo anecdótico a lo sustancial.
 
Finalmente, el viaje ha servido para marcar un nuevo hito en los desatinos de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores. La acusación de Curro Moratinos en un debate televisivo acusando a Aznar de apoyar un golpe de Estado en Caracas es de una enorme gravedad y de una infinita torpeza. Las injerencias, a raíz de esa polémica, del bolivariano en nuestra política interna, sí que constituyen un verdadero golpe, sino de Estado, sí de despropósitos. A veces da la sensación de que este Gobierno no se ha enterado aún de que gobierna y que las implicaciones de sus palabras tienen una dimensión muy distinta a la que tenían en la oposición. Para Curro puede que la lección, si llega a prenderla, la apruebe demasiado tarde.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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