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Rajoy ante ETA

Más allá de las desafortunadas declaraciones iniciales de Rajoy, a él le corresponderá acabar con ETA sin el explosivo atajo que, como último legado, le deja Zapatero. Su principal reto a partir del 20-N será reconducir la política antiterrorista.

De entre todos los perniciosos efectos de la negociación del PSOE con ETA, el peor es el clima de crispación y de división nacional creado en un tema que hasta hace poco concitaba unidad y no enfrentamientos. Y es que las últimas 24 horas han resucitado el fantasma de marzo de 2004. Puede ser que para las aspiraciones electorales de Rubalcaba, la explosiva situación creada por el comunicado de ETA sea una oportunidad de enturbiar las aguas electorales con altas dosis de incertidumbre de cara al 20-N. Pero para la sociedad, las señales victoriosas que llegan del mundo etarra, la desmoralización de las víctimas y la certeza de la existencia de un proceso encubierto, arrojan dudas incompatibles con la unidad y la seguridad necesarias para la lucha antiterrorista.

Más allá de las desafortunadas declaraciones iniciales de Rajoy, a él le corresponderá acabar con ETA sin el explosivo atajo que, como último legado, le deja Zapatero. Su principal reto a partir del 20-N será reconducir la política antiterrorista de la escandalera y escandalosa herencia envenenada de ZP y Rubalcaba, a una fría y sosegada muerte dulce de la banda, en la que los ciudadanos sepan qué esperar, sin sobresaltos periódicos, de su Gobierno. La vía policial no sólo ha mostrado ser la más fiable y eficaz: también la más estable institucionalmente, incomparablemente más segura que la "vía Zapatero" de la negociación. Hay que volver a la vía tranquila e implacable de lucha contra los etarras.

En primer lugar, hay que recuperar la iniciativa antiterrorista en el exterior. Los gobiernos de Zapatero se caracterizaron, al principio, por funcionar con la herencia recibida, sin profundizar en la colaboración internacional contra la banda. Después, la iniciativa española ha ido involucionando conforme avanzaba la negociación, hasta llegar al punto actual: la internacionalización del conflicto, con personajes de relevancia apoyando a la banda en vez de perseguirla, todo ello en medio del estrépito más absoluto. Mal haría Rajoy en no cortar desde ya el oxígeno internacional que llega a ETA y que legitima su objetivo, antes de volver a la normalidad de la deslegitimación de ETA en el extranjero que presidió su propia etapa en Interior.

En segundo lugar, ETA debe ser expulsada de las instituciones. Rubalcaba renunció, en 2007 y 2011 a poner en marcha los mecanismos que ya existían para hacerlo. El resultado es que hoy hemos vuelto al punto de partida, a los noventa, e incluso peor, por el protagonismo etarra y su liderazgo político del nacionalismo. No conviene olvidar que no hubo problema alguno al ilegalizarse Batasuna en 2002 –como vaticinaban entonces los socialistas que hoy la han regresado– y no lo habrá ahora al sacar al brazo político de ETA de las instituciones. A partir del 20-N éste debe ser un punto fundamental, llevado a cabo con firmeza y naturalidad. Sólo con la ley, pero con toda la ley, la banda debe ser expulsada.

En tercer lugar, es necesario reactivar los instrumentos del Estado de Derecho, recuperando la firmeza en los tribunales. Las exigencias de la negociación han hecho que los tribunales, presionados desde el Gobierno, se hayan sumado al atajo apaciguador, y desde la Audiencia Nacional a los tribunales Constitucional y Supremo, los mensajes han sido contradictorios. Salir de la firmeza y la previsibilidad judicial ha provocado no pocas divisiones sociales y un cuestionamiento suicida de la justicia. Urge recuperar la confianza en ella.

Curiosamente, la fórmula Zapatero-Rubalcaba de acercamiento a ETA se ha mostrado equivocada tan pronto como ha dado su resultado en forma de comunicado: con tal grado de división social creada entre españoles, la salida negociada es un error que trasciende la lucha antiterrorista. Para recuperar el sosiego nacional, hay que ir a la muerte de la banda por asfixia, sin esperar ni ofrecer nada más que la ley y la justicia. Recuperar la iniciativa en el exterior, sacar a ETA de las instituciones, y volver a la presión del Estado de Derecho, son la fórmula para la muerte dulce de la banda. Que es, además, la tranquila, y sin escándalos, muerte que no sólo favorece a Rajoy, sino que le será más fácil de gestionar que la montaña rusa llena de trampas que le deja el tándem Zapatero-Rubalcaba.

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