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Revolucionarios de sillón

Como los revolucionarios de salón, Rodríguez Zapatero jugaba embobado a adular a los regímenes y gobernantes populistas y demagógicos, para después volver a la seguridad y a las comodidades burguesas del sillón presidencial.

Durante el siglo XX, intelectuales, políticos y periodistas europeos se entusiasmaban hasta el éxtasis con los procesos revolucionarios que se cobraban las vidas de miles de inocentes en Asia, África o Hispanoamérica. En Cuba, Vietnam o Nicaragua se mataba en nombre del materialismo dialéctico, mientras en despachos, restaurantes y salones de Europa se brindaba por la liberación de los pueblos. De vez en cuando, estos revolucionarios de salón visitaban orgullosos los escenarios de la guerrilla, para volver rápidamente a los lujos y placeres burgueses que negaban para los demás.

El Gobierno de Zapatero ha conseguido en dos años reeditar la figura del revolucionario de salón, y la ha sentado en el sillón presidencial. Desde que abandonó Irak a su suerte, se alineó desde el principio con todos aquellos regímenes que condenan a sus ciudadanos a lo que ningún español quisiera para sí. Chávez extiende la inestabilidad por Hispanoamérica a base de violencia y petrodólares; Castro perpetúa su régimen sobre el crimen y la miseria de Cuba. Evo Morales va dando tumbos atraído por las soflamas incendiarias de ambos. Todo ello ante la fascinación progresista y las sonrisas complacientes de Zapatero y sus ministros, más preocupados por desairar a los gobernantes de Gran Bretaña, Estados Unidos o Alemania que por ofrecer de España una imagen solvente, seria y respetada.

Como los revolucionarios de salón, Rodríguez Zapatero jugaba embobado a adular a los regímenes y gobernantes populistas y demagógicos, para después volver a la seguridad y a las comodidades burguesas del sillón presidencial. Pero he aquí que las cosas no son tan sencillas como sonreír ante los fotógrafos y buscar imágenes para el telediario. Los acontecimientos de esta semana, la toma por la fuerza de las instalaciones de Repsol en Bolivia, a cuya rapiña ya se ha apuntado Chávez, han turbado el apacible discurso progresista de Zapatero.

Ahora los juegos ideológicos del Presidente del Gobierno comienzan a afectar a los ciudadanos y a las empresas españolas; detrás de la propaganda pseudoindigenista que entusiasma al Gobierno de Zapatero se encuentran los miles de accionistas de la petrolera, que por cierto, son los que le pagan la residencia y el coche oficial al presidente. El sillón presidencial le muestra hoy su verdadera responsabilidad; la de exigir el cumplimiento de la ley y defender los intereses y los derechos de los ciudadanos españoles allí donde se vean forzados.

Son ellos los que pagan el sueldo al presidente, para que los defienda. Hasta ahora ha jugado a ser un revolucionario de salón, indiferente a los derechos violados en otros países, cómodo en su sillón. Su perenne sonrisa era indiferente la suerte de los gobernados por Chávez o Evo Morales. Pero ahora ya no le vale esconderse. Si el Gobierno de la nación no defiende los intereses de los ciudadanos españoles en Bolivia con toda su firmeza, estará faltando a una de las funciones que definen sus obligaciones. A otra más.

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