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Salud y política

si el Likud ganara el próximo 28 de marzo se encontraría con la pata caliente y la contradicción que le ha dejado Sharon: una retirada y un plan unilateral con los que no se encuentra a gusto

Israel es una nación con un universo político complicado. La desaparición –aunque sea solamente temporal– del actual primer ministro, Ariel Sharon, viene a complicarla aún más, precisamente en un momento en el que el país avanza hacia las próximas elecciones generales del 28 de marzo. Aunque existe la posibilidad legal de que éstas se aplacen, no parece que vaya a ser el caso.
 
Hasta ayer, todos los pronósticos daban como candidato ganador al partido recién creado por el propio Sharon hace apenas dos meses, Kadima (“Adelante”). Ariel Sharon, miembro fundador del partido conservador, el Likud, se había decidido a romper con él en la medida en que su liderazgo se había puesto en entredicho por algunos de sus miembros más destacados. Es más, con su plan de desenganche de Gaza, varios ministros de su gabinete, como Nathan Sharansky y Benjamín Netanyahu habían dimitido como protesta ante su línea estratégica y para gozar de una mayor libertad a la hora de retar su liderazgo. Sharon, en un atrevido movimiento, en lugar de batallar desde dentro de las filas de un complicado partido, como es el Likud, rompió con él y agrupó en torno suyo a aquellos que preferían una opción más moderada, incluido el ex laborista Simon Peres.
 
El destino ha hecho que Ariel Sharon entreviera poder superar lo que él entendía que eran traiciones políticas, pero que se vea golpeado por la traición de su propio cuerpo. Aunque supere con éxito la compleja situación de salud por la que está pasando tras su intervención a vida o muerte de ayer noche, es seguro que no podrá recuperar su ritmo normal de vida, y mucho menos sus funciones políticas. Simplemente, Sharon ya no está en la escena política de Israel.
 
La primera interrogante de este mutis forzado es el futuro de su nueva formación política, Kadima, cuyo principal, sino único atractivo, era él mismo. Kadima podrá designar en breve un nuevo líder de cara a las elecciones, pero no hay heredero posible para Ariel Sharon y su destino es más que incierto. No es descartable que ni siquiera llegue al 28 de marzo y que antes se produzca un reingreso masivo de sus miembros en el Likud.
 
En cualquier caso, el Likud tampoco tiene claro su futuro. Bajo el liderazgo de Bibi Netanyahu, su línea política estaba claramente definida en los términos de rechazo a la retirada unilateral israelí de Gaza y la negativa a seguir negociando la cesión de más territorios a los palestinos. Las encuestas no le auguraban un techo por encima del 20% del electorado en marzo. Ahora es probable que esa cifra tienda a aumentar a costa del centro, polarizándose el panorama electoral entre el laborismo de Amir Peretz (de un fuerte sabor estatista) y los conservadores. Pero si el Likud ganara el próximo 28 de marzo se encontraría con la pata caliente y la contradicción que le ha dejado Sharon: una retirada y un plan unilateral con los que no se encuentra a gusto. Y todo ello en un momento en el que la Autoridad Nacional Palestina se enfrenta a unas elecciones a su vez disputadas por los más radicales o los terroristas de Hamás. El road map no iba a ninguna parte dada el incumplimiento palestino de sus términos. La retirada unilateral israelí de Gaza está completada, pero sin Sharon que la defienda sólo quedarán sus aspectos más controvertidos.

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