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¡Salve Petraeus!

Hace seis meses, la senadora Clinton llegó a afirmar que escuchar a Petraeus era como sentarse en el cine: había que "suspender la incredulidad". Veremos con qué ojos mira ahora Petraeus a Hillary Clinton y a Obama, que fue entonces todavía más duro.

Este martes testificará ante el Senado y la Cámara de Representantes el general David Petraeus. En el largo vuelo que le habrá llevado de Bagdad a las escalinatas del Congreso americano habrá tenido tiempo de sobra para reflexionar sobre su nuevo informe concerniente a la situación en Irak. También habrá pensado sobre las distintas circunstancias políticas desde su primera aparición, en septiembre pasado, a esta.

Para empezar, hace seis meses los demócratas seguían aferrados a que la guerra se había perdido y que todo cuanto decía el general David Petraeus o estaba "cocinado" para ayudar al presidente o era tan insignificante que podía desdeñarse. La senadora Clinton llegó a afirmar que escuchar a Petraeus era como sentarse en el cine: había que "suspender la incredulidad". Veremos con qué ojos mira ahora Petraeus a Hillary Clinton y a Obama, que fue entonces todavía más duro.

El general dirá lo que tiene que decir y que sólo los muy necios todavía niegan. A saber, que la situación general de seguridad ha mejorado y mucho, aunque aún tiene que progresar mucho más. Los sunníes han cambiado de estrategia y ahora colaboran tanto contra los terroristas de Al Qaeda, a los que antes daban refugio, como contra los extremistas de su campo cuyo principal objetivo era matar a cuantos más chiítas mejor. La violencia sectaria se ha reducido drásticamente y, en consecuencia, los muertos civiles a ella vinculados. Igualmente, los ataques contra las tropas de la coalición han caído espectacularmente. Y Al Qaeda ha visto reducir su libertad de movimientos y hoy se encuentra aislada. Es más, los radicales chiítas también parecen convencidos de la necesidad de colaborar por el momento, evitando ser vistos como un problema mayor.

Nadie de quienes le interroguen mañana podrá negar sus datos, porque nadie puede negar los hechos. La seguridad ha aumentado en Bagdad y en el resto del país. La batalla de Basora, que tantas imágenes ha generado en los últimos días, ha puesto en evidencia varias cosas, y no siempre negativas. La primera, que el Gobierno y buena parte de los chíitas quieren que sus elementos más radicales sean desarmados. La segunda, que la formación y equipamiento del ejército iraquí está dando sus frutos. Los soldados iraquíes han conseguido en pocos días lo que los británicos no han logrado en varios años, a pesar de todas las deficiencias que se quieran ver en la planificación y ejecución de esta batalla.

Petraeus puede estar satisfecho. Los famosos indicadores sobre seguridad han sido cumplidos sin excepción. Ahora los críticos sólo pueden acusarle de que se avanza lentamente en el terreno político, pero no dejará de ser otro baldío intento de negar la realidad. Los avances en seguridad están ayudando a mejorar el grado de colaboración política entre las diversas facciones y partidos y, aunque se vaya más lentamente, también los indicadores en ese terreno están camino de poder cumplirse.

Ahora bien, como un buen militar sensato y prudente, Petraeus avisará de que todo lo conseguido puede perderse si cambian las circunstancias. Y aquí viene la principal lección de la llamada nueva estrategia americana: el compromiso de enviar más tropas a Irak era también el compromiso de no abandonar a los iraquíes, el compromiso personal de George W. Bush de seguir allí hasta la victoria, costase lo que costase. Y esa determinación posiblemente haya contado tanto o más que el aumento del contingente desplegado en Irak. Frente a quienes pedían a voces una rápida retirada, como Barack Obama, la opción de Bush, y dicho sea de paso también de McCain, parece hoy mucho más sensata y positiva. Para los Estados Unidos no hay nada peor que dar la imagen de estar confusos, vacilantes y con ganas de retirarse. Bush y Petraeus le han dado la vuelta a la tortilla.

Lástima que, a estas alturas de las primarias demócratas, el show mediático se centre, como es casi seguro, en ver qué dicen Hillary y Obama al respecto. Por desgracia para ambos, hablarán muy tarde y ya estaremos para entonces todos dormidos. Al menos en este lado del Atlántico.

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