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Sí a la guerra contra el terror

nos parece que no hay concepto que supere ni analítica ni políticamente al de guerra contra el terror, salvo que se le añada islámico. Todo cuanto signifique rebajar eso, tiende al equivoco más que aclarar la realidad.

En España nunca se ha aceptado del todo el concepto “guerra contra el terror” que tan fuerte caló en la primera administración Bush tras el 11-S. Tal vez por nuestra cercanía a un terrorismo local, con fines claramente políticos, la elite política del país siempre prefirió la noción de lucha contra el terror. Incluso los militares veían poco clara la denominación americana porque les parecía que colocaba el uso de las fuerzas armadas por encima de todas las otras opciones. Claro, que los militares españoles son prisioneros de su experiencia predemocrática y la lucha contra ETA de la que salieron políticamente escaldados.
 
Lo más sorprendente es que ahora mismo personas influyentes de la administración norteamericana también parecen estar abandonando la idea de la guerra contra el terror a favor de nociones como lucha contra el extremismo, combate contra el terror y cosas así. Si se trata de una táctica de marketing político para mejorar la imagen de los EEUU en el mundo árabe, podría comprenderse; pero si en realidad es un cambio de aproximación al terrorismo islámico, se trata de un profundo error.
 
Es cierto, la guerra contra el terror no especifica quien es el enemigo. Crítica que se escucha a menudo a los militares para quien el terrorismo es una táctica y sólo eso. Pero el terrorismo islámico de Al Qaeda no utiliza únicamente la violencia como un ejercicio táctico, sino que el recurso a la violencia es un elemento estratégico para su existencia. Son sus ataques no sólo un golpe contra los occidentales, sino un reclamo para el reclutamiento y un aliciente para sus militantes. Es más, es la justificación última de lo que hacen. La violencia para la yihad no es una táctica, es un fin en sí misma. No obstante hay que reconocer que la expresión guerra contra el terror encierra algunas ambigüedades. Estamos en guerra contra un enemigo global que se esconde tras el fundamentalismo islámico y, por lo tanto, seria más acertado hablar de guerra contra el islamismo militante, ese que ve su destino en nuestra muerte y derrota. Desgraciadamente, lo políticamente correcto impide llamar al enemigo por su nombre. Y menos cuando, como hace el gobierno español, se pretende establecer una alianza de civilizaciones.
 
A pesar de todo, la expresión guerra y no lucha o combate no quita los elementos no militares. Al fin y al cabo, como dijo Clausewitz, la guerra es la política solo que por otros medios. Que sea una guerra no quiere decir que no se luche con todos los instrumentos del estado democrático, militares, políticos o ideológicos. Algo, por lo demás, que se ha hecho en todas las guerras mayores conocidas. ¿O no fue la Primera Guerra Mundial la guerra para acabar con todas las guerras y la Segunda la guerra por la democracia?
 
Es más, el concepto guerra contra el terror describe mejor que cualquier otro la realidad que estamos viviendo. Hay un enemigo dispuesto a acabar con nosotros por muy distinto que se manifieste respecto a nuestros ejércitos. Antonio el tempranillo tampoco tenía nada que ver con la organización militar napoleónica. En segundo lugar, describe muy bien que se trata de una campaña amplia, en la que hay batallas y movimientos menores, pero que el reto es global y sólo desde esta perspectiva cobra sentido todo cuanto pasa en ella; tercero, encierra la idea de que necesitamos movilizar todos los recursos para enfrentarnos y derrotar a nuestro enemigo; por último, da sentido a acciones como las de Irak.
 
Por todo ello, nos parece que no hay concepto que supere ni analítica ni políticamente al de guerra contra el terror, salvo que se le añada islámico. Todo cuanto signifique rebajar eso, tiende al equivoco más que aclarar la realidad.

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