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Teoría y práctica

Siguen siendo los gobiernos nacionales los que autorizan y financian el uso de las fuerzas armadas; por tanto, la preparación y la eficacia de las fuerzas multinacionales dependen de las estructuras, las políticas, y las restricciones nacionales.

Mientras varias unidades de las Fuerzas Especiales de EEUU desembarcan en la ciudad afgana de Kandahar –una señal evidente de la gran ofensiva militar que está preparando la OTAN– varios grupos de expertos andan desarrollando un nuevo concepto estratégico para la Alianza. Un documento-guía con una serie de ideas sobre la existencia misma de la OTAN que deberá conectar con la realidad cambiante. Pero si esas ideas carecen de medios, además de voluntad política y compromiso, quedarán como un mero ejercicio intelectual.

Embarcada desde 2003 en su misión más difícil –Afganistán– la OTAN debería ansiar un nuevo Concepto Estratégico legible para el público, porque es difícil pedir a la opinión pública que apoye las misiones de la Alianza si no se tiene claros los objetivos, los valores y las amenazas a las que se enfrenta. Y aún más importante, deberá tener muy en cuenta que para todos esos despliegues se necesitan sistemas eficaces para las comunicaciones y la vigilancia, equipamiento para ser capaces de moverse rápidamente y mejorar la flexibilidad, y el entrenamiento adecuado para enfrentarse a una amplia gama de situaciones posibles.

La realidad lamentablemente es otra: en Afganistán falta coordinación en el teatro de operaciones lo que pone en peligro las vidas de los militares; se ha fracaso a la hora de estandarizar los equipos lo que añade numerosos costes; cada país tiene sistemas que sólo permiten seguir los movimientos de sus soldados y no los de los soldados de otros países aliados. Así lo ha afirmado el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, en un reciente discurso poniendo como ejemplo al comandante de la provincia afgana de Helmand, que necesitó cuatro radios distintas para comunicarse con cuatro contingentes nacionales diferentes. Rasmussen también se preguntó por qué cada país europeo que ha comprado un helicóptero NH-90 –entre todos han adquirido 600– tiene que certificarlos según las bases nacionales, si con una certificación armonizada se podrían ahorrar hasta 5.000 millones de euros. Y muchos ejemplos más.

Las carencias militares de los países europeos no son ninguna novedad. La principal dificultad para tratar de resolver el problema es que las decisiones que hay que tomar para mejorarlas dependen de los gobiernos de manera individual. Siguen siendo los gobiernos nacionales los que autorizan y financian el uso de las fuerzas armadas; por tanto, la preparación y la eficacia de las fuerzas multinacionales dependen enormemente de las estructuras, las políticas, y las restricciones nacionales. La difusa naturaleza de las amenazas y la dificultad de valorar su gravedad por cada nación, hacen enormemente difícil determinar de forma precisa cuáles son las capacidades militares que se necesitan y cómo deberían priorizarse. ¿Será capaz el nuevo Concepto Estratégico de dar una solución a este problema? ¿Podrá vincular la teoría con la práctica?

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