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¿Tiene hoy sentido la ONU?

El objetivo del informe es sentar las bases para llevar a Israel ante el Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra. Responde a una estrategia por parte de grupos y países islámicos totalitarios que viene de lejos.

El nacimiento de las Naciones Unidas en 1945 respondió a un idealismo ingenuo, que no muchos se creyeron, pero que se aceptó de todas formas. Sus fines, la paz, la democracia, la libertad eran al menos principios y valores reconocidos e identificables. En el Consejo de Seguridad se sentaban la URSS y China –dictaduras totalitarias–, con derecho a veto; y la Asamblea General se pobló de regímenes miserables, cuyo voto tenía el mismo valor que los países más democráticos. Un país, un voto.

Como era de esperar, la ONU se convirtió en el paraíso de la hipocresía. Pero como sabemos, ésta es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Puesto que la ONU nació para garantizar la paz, la seguridad y las relaciones libres entre países, los que no lo hacían disimulaban y excusaban sus tropelías. Las instituciones internacionales, al menos, frenaban las ansias brutales de muchos países. Durante un tiempo –mal que bien–, funcionó, o al menos no resultó contraproducente.

Tras la caída del muro y la orgía democratizadora de los noventa algo grave ha cambiado en Naciones Unidas: los regímenes más abyectos de la tierra no es que planten sus reales en la institución; es que la usan ya abiertamente para atacar a las democracias. Hoy es el instrumento por el que determinados países –Irán, China, Venezuela, Corea del Norte– hacen daño a las democracias, que se encuentran a la defensiva. A la ONU ya no se va a rendir cuentas a las democracias; son éstas, apaciguadoras y temerosas, las que van a rendir cuentas a las dictaduras. Lo hemos visto en los últimos meses con Honduras: un régimen –el chavista, que representa los valores contrarios a los que fundaron la ONU en 1945–, atacando a un país –Honduras– que los representa y respeta a rajatabla. Y la ONU condenando a una democracia en beneficio de una dictadura.

Ahora ocurre otra vez –bien es cierto que es ya tradición– con el acoso totalitario a la democracia israelí. Y de la mano del Informe de la Comisión enviada a Gaza para investigar la guerra de finales de 2008. La ONU de nuevo es instrumento de grupos y regímenes totalitarios contra las democracias. O lo que es lo mismo, como instrumento para aniquilar Israel.

El informe tiene dos carencias, una derivada de otra. Primero por el carácter de la propia comisión, formada por cuatro personas cuya imparcialidad jamás existió. Goldstone, Chinkin, Jilani y Travers no constituyen una comisión internacional imparcial: todos ellos han mostrado en el pasado una actitud hostil hacia Israel, y han denunciado en varias ocasiones sus "crímenes de guerra". Se eligieron con premeditación, sabiéndose su animadversión a Israel, y viciando la investigación desde el comienzo. Con esta grave carencia –la de la imparcialidad– el resultado estaba previsto de antemano.

En consecuencia, la metodología del informe deja bastante que desear. La distribución del texto es irregular y levanta sospechas: los investigadores dedican decenas de páginas a describir todas las medidas tomadas por Israel antes de la guerra, pero se dejan, deliberadamente, todo lo relativo a la militarización de Gaza por parte de Hamás, así como a las purgas asesinas entre sus rivales. En cuanto a los prolegómenos, hay un desequilibrio intolerable. Y cuando relatan lo ocurrido durante el conflicto en sí, cuentan con todo lujo de detalles cada acción militar israelí –contradiciéndose, pues al mismo tiempo han informado que Israel no colaboró con la comisión–, pero no muestran el mismo interés en las acciones sucias de Hamás involucrando a los palestinos en los enfrentamientos –y eso que supuestamente éstos sí se habían mostrado colaboradores–, que se quitan de encima de un plumazo. La proporción es aproximadamente de 10 a 2.

El informe sitúa la carga de los hechos sobre Israel, convirtiendo a Hamás en una circunstancia más de la operación, casi como si nada tuviese que ver con ella. La narración está claramente descompensado y desequilibrado. Las entrevistas sesgadas, con mayoría palestina y de Hamás. Y en cuanto a las conclusiones y recomendaciones del cuarteto, son las mismas que se temían los que criticaron su nombramiento: para Hamás una regañina, y para Israel la amenaza de ir a la Corte Penal Internacional. ¿Sorpresa? Ninguna, porque los "investigadores" tienen una larga trayectoria de peticiones de éste tipo.

El objetivo del informe –tampoco demasiado oculto, no se crean– es sentar las bases para llevar a Israel ante el Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra. Responde a una estrategia por parte de grupos y países islámicos totalitarios que viene de lejos, y que han aprendido que la mejor forma de acabar con las democracias es utilizar las instituciones que éstas crearon contra sí mismas. Para ello cuentan con el apoyo de destacados funcionarios de Naciones Unidas, que saben que la fortuna se hace, no actuando contra Hamás, Hizboláh o Irán, sino contra Israel o Estados Unidos. Y con el aplauso de la izquierda europea.

Y más allá de eso, este episodio señala la tendencia de Naciones Unidas a convertirse en un instrumento del totalitarismo contra las democracias, del Mal contra el Bien. No ya es que no haga nada; es que empieza a ser un problema para las democracias. Merece la pena preguntarse, ¿tienen hoy sentido las Naciones Unidas?

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