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Túnez y Egipto por mal camino

Poco a poco, sin estridencias, los islamistas de Túnez y de Egipto se reposicionan, se aglutinan y se preparan para la nueva época. Los moderados sufren en ambos países una gran desorganización y una debilidad política.

En Túnez y Egipto las cosas podían ir saliendo razonablemente bien, relativamente mal, o mal. El tiempo ha mostrado que el peor escenario, el del caos, ha sido por ahora esquivado, pero eso dista aún de ser una buena noticia. Por los primeros pasos dados tras la salida de Ben Alí y de Mubarak del poder, podemos decir que las cosas marchan mal, aunque sea relativamente.

En Egipto, los opositores que comenzaron las protestas siguiendo el modelo tunecino, hicieron campaña por el "no", porque el ritmo marcado para las reformas favorece a aquellos partidos ya preparados, y ellos no lo están. La aprobación del referéndum no fue una buena noticia para ellos. El futuro ha quedado así en manos del Ejército y de los Hermanos Musulmanes, las dos fuerzas que en ningún momento han mostrado interés en un régimen de libertades. Las Fuerzas Armadas, porque aspiran a controlar un proceso obligado en el que no creen del todo, y para ello reconocen sólo a quien tiene fuerza, no a quien lleva razón; los Hermanos Musulmanes, porque aún no están preparados para la toma del poder y deben actuar con prudencia para no asustar dentro y fuera del país. El error está de parte del Ejército, ingenuo él si cree que podrá parar o encauzar a unos islamistas con cada vez mayor capacidad de actuar y de moverse.

Dos personas encarnan las lúgubres perspectivas egipcias. Por un lado El Baradei, que conforme pasa el tiempo da la razón a quienes de él sospechaban por sus conveniencias con dictaduras como la iraní y sus débiles convicciones democráticas. Ya ha declarado sus intenciones de atacar a Israel llegado el caso, y está más cerca de los Hermanos Musulmanes que de los jóvenes de Facebooky Twitter que iniciaron la revuelta. Por otro lado, el regreso del imán radical al Qaradawi al país, por el que se mueve libremente lanzando fatwas y proclamando la yihad contra Gadafi.

En Túnez, el regreso de Ganouchi hace ya un par de meses provocó la primera aparición de símbolos islamistas en la calle, y desde entonces el papel del islamismo en la vida pública ha salido reforzado. Pese a las promesas de Ganouchi sobre sus intenciones, el hiyab y las barbas ya han aparecido en las calles, algo antes impensable. La legalización de su partido, Nahda, le ofrece buenas posibilidades. Con el enorme protagonismo de Ganouchi y los suyos, sólo los más ingenuos pueden pensar que con el RCD, el partido de Ben Alí, disuelto, el carácter laico del Estado se mantendrá a largo plazo.

Poco a poco, sin estridencias, los islamistas de Túnez y de Egipto se reposicionan, se aglutinan y se preparan para la nueva época. Los moderados –aquellos que soñaban con algo parecido a la sociedad abierta– sufren en ambos países una gran desorganización y una debilidad política. Debieran ser tan apoyados desde el exterior como deslegitimados los grupos islamistas. Pero en vez de eso, Europa se ha lanzado a blanquear a los Hermanos Musulmanes, lobos con piel de cordero. Lo peor es que se conocen sus intenciones, pero el Viejo Continente está demasiado cansado como para combatirlas...

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