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Turquía a la deriva

Si no hacen nada para impedir que una nueva flotilla se prepare y se lance desde sus aguas, será una prueba más de la clara deriva islamista que ha puesto en marcha Erdogan sin disimulo alguno.

Este pasado domingo, el buque Mavi Marmara, el mismo que intentó romper el bloqueo sobre Gaza y fue interceptado por soldados israelíes el pasado 31 de mayo, llegó al puerto de Estambul, donde fue recibido por miles de seguidores con sus consabidos fuegos artificiales. El barrio de Sarayburnu estallaba en lágrimas y en gritos de venganza por los nueve muertos.

Un portavoz de la IHH, organización que orquestó la mal llama a "flotilla de la libertad" el pasado mayo, dijo a los medios turcos que ya estaban trabajando para volver a intentar romper el bloqueo justo para conmemorar el primer aniversario del asalto sobre el Mavi Marmara. Es más, no lo dijo, pero a nadie se le puede ocultar que el día que el buque había elegido para regresar a Turquía también tenía connotaciones simbólicas: el segundo aniversario del arranque de la operación Plomo Fundido, ordenada por el entonces primer ministro israelí Ehud Olmert sobre la Franja de Gaza.

Que los activistas de un grupo con relaciones con los radicales palestinos y yihadistas, y cuyas finanzas se hunden en un oscuro pozo de fundamentalismos, aspiren a volver a poner a Israel en la picota no es de extrañar. Lo que resulta inaceptable es que las autoridades turcas guarden un silencio cómplice ante esa nueva provocación. Si no hacen nada para impedir que una nueva flotilla se prepare y se lance desde sus aguas, será una prueba más de la clara deriva islamista que ha puesto en marcha Erdogan sin disimulo alguno.

Erdogan, el amigo de Zapatero, ha dividido a las fuerzas armadas controlando políticamente los ascensos; ha invertido en una educación religiosa fundamentalista que tarde o temprano dará su frutos; ha basculado sobre una nueva base electoral, más rural y menos secular y urbanita; ha modificado la ley electoral para marginar a los partidos seculares; y está poniendo en marcha una política centralizadora de afirmación nacional sobre otras minorías.

En política exterior no ha sido mucho mejor últimamente: en la OTAN ha vetado maniobras militares en el Mediterráneo, ya que se había invitado a unidades navales de Israel a las mismas; ha presionado todo cuanto ha querido, incluyendo la amenaza de vetarlo, para impedir que el sistema antimisiles fuera abiertamente dirigido contra Irán; está ejerciendo una influencia antiamericana en la zona del Cáucaso; y ha abandonado su tradicional cooperación con Israel para convertirse en el principal crítico de ese país. ¿Y todo por qué? Pues porque quiere convertirse en el nuevo líder del mundo musulmán, toda vez que el liderazgo de Egipto está de capa caída y la influencia de los países del Golfo es cada vez más irrelevante. Su problema: que tiene que lidiar con Irán. O se enfrenta a Teherán o le hace el juego aunque sea de momento. Y esto último es lo que está haciendo. Y esa sí que es una alianza de civilizaciones, no la de Zapatero.

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