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Turquía: capítulo II

Primero fueron los judíos, ahora les llega el turno a los británicos, pero la mayoría de las víctimas son turcas. No es casual. El objetivo real es el Gobierno y la clase política de aquel país. Para un islamista radical, Turquía es hoy día un escándalo. Tienen un régimen político democrático, su economía continúa liberalizándose, su sociedad se seculariza, son aliados de Estados Unidos, miembros de la Alianza Atlántica, candidatos a entrar en la Unión Europea y, para colmo de males, aliados estratégicos de Israel.
 
El mensaje está claro: Turquía debe expulsar a los judíos y a los cristianos, tiene que poner fin a formas de gobierno ajenas a la tradición islámica y revertir el sacrílego proceso en el que la ciudadanía está inmersa. La sociedad del bienestar y el consumo son expresiones de una civilización degenerada y hay que liberar al mundo musulmán de esas influencias que lo están corrompiendo. Para los radicales no hay más medio que la violencia, que la desestabilización de un orden político y social que parece abocar hacia la plena occidentalización de la cuna del último califato.
 
Desmontar la red de Al Qaeda en Turquía puede ser una tarea ardua. Aunque son conocidos y su máximo dirigente se encuentra entre rejas, es probable que cuenten con apoyos del exterior, lo que dificultaría su persecución. Son una multinacional y actúan con las ventajas propias de quien puede mover peones y explosivos de una parte a otra.
 
En Turquía, los demócratas nos jugamos mucho. Sólo una acción concertada de nuestras diplomacias y servicios de inteligencia podrá desmontar la red terrorista dispuesta a hacer fracasar cualquier intento de modernización en el Islam. Ahora más que nunca los ciudadanos turcos tienen que sentir que estamos con ellos, que el triunfo de la democracia liberal en aquellas tierras es esencial para todos nosotros y que seguimos creyendo que Turquía debe continuar siendo el faro que guía a los estados de Oriente Medio y Asia Central hacia el reconocimiento real de los derechos humanos.
 
Siempre que sea posible, cada país debe llegar a la democracia desde su propia tradición, en un proceso irrepetible. Abandonar a Turquía en estos momentos, después de todo el camino que han recorrido, supondría enviar un mensaje de debilidad al mundo islámico que restaría credibilidad a nuestra política de reconstrucción y difusión de los principios liberales.

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